Si creen que el colmo del sadomasoquismo para todos los públicos (es decir, sin pornografía) es la relación que se establece entre los concursantes y los jurados del concurso televisivo Masterchef, es que no se han fijado en que el comportamiento de la compañía aérea Ryanair con su clientela y la sumisa reacción de esta tiene todavía más morbo. Por eso, ahora que es posible que a la irlandesa le den un buen correctivo por haber suspendido más de dos mil vuelos, el espíritu de revancha anida en los corazones de sus millones de pasajeros, por no hablar del sentimiento de los directamente perjudicados, que irán a los tribunales tras haberse quedado sin viaje, o sin vacaciones, o con el hotel pagado... En España se han suspendido 514 vuelos hasta el 28 de octubre, y nuestra vista indignada implora al ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, que castigue con dureza al creador de este invento low cost y director ejecutivo, Michael O’Leary, uno de los tipos más audaces de la jauría capitalista mundial.

Es lo que tiene el sumiso, que se aguanta, pero a veces guarda rencor. Porque los muy jóvenes no saben lo que ha sido la Transición --sí, con mayúscula, como la política-- de los usuarios al pasar del vuelo con Iberia (o Air France, o Delta, o British Airways, da igual) a los firmes brazos de gobernanta de Ryanair.

Antes se volaba poco, por trabajo o por una muy aquilatada decisión de ocio. En el avión te recibían, te acomodaban, te servían refrescos y almuerzo y te trataban como si fueses importante. Pero costaba un ojo de la cara. De repente, empiezaron los billetes baratos de Ryanair. Al principio casi daba miedo, te resistías, pero cuando la evidencia de que costaban la mitad, o un tercio, o incluso a veces podías viajar a Londres por 15 euros, acababas tirando la prejuiciosa toalla y te sumabas a la dura coreografía diseñada por O’Leary.

A saber. Descubrías esos rincones de los aeropuertos en los que la solería ya no brilla ni hay anuncios en las paredes. La zona de embarque de Ryanair está siempre al final del todo. Una vez, en el aeropuerto de Madrid, creí que habíamos llegado andando a Guadalajara. Luego no te recoge ningún minibús. Vas andando hasta el avión, faltaría más.

Ahora está la cosa más relajada, pero al principio la gente se subía a empujones, corriendo para conseguir colocar su equipaje, otro reto para el viajero. Qué ansiedad, qué momentos de codazos y malos modos. Porque la gente estaba histérica. Y no es para menos: tras llegar al confín del aeropuerto se formaba una cola palpitante ante un mostrador solitario hasta que, apenas unos minutos antes de salir el vuelo, los pasajeros desfilaban ante unas azafatas que, a la mínima sospecha, introducían las maletas en un medidor y echaban para atrás las que no cumplían los requisitos. Enseguida se disparó la venta de maletas pequeñas (O’Leary, santo patrón de la industria marroquinera), pero al principio la gente quería llevar la de su casa, la bolsa, la mochila, y la bromita le podía costar 50 euros a pie de avión. Eran escenas dantescas, llantos de estudiantes, gritos de cabezas de familia... Las azafatas/os ni se inmutaban. Eran las normas. Y como la mayoría solo hablaba inglés, pues peor para el que no sea políglota.

Y todo ello comprando por internet, sin saber cómo reclamar, sin posibilidad de descambiar el billete si te equivocas --debe ser posible, pero requerirá haber estudiado al menos dos ingenierías--, sin que nadie te haga caso... Pues con todo eso hemos tragado, y contentos, porque el precio ha mandado tanto que con Ryanair los españoles nos hemos convertido en viajeros consumados y hasta hemos planificado los destinos en función del pasaje más barato. Por no hablar de que los vuelos salen y llegan a su hora y sin incidentes.

¿De qué te quejas, entonces? No, si no me quejo, solo me regodeo un poco al saber --según los sindicatos irlandeses-- que 140 pilotos de Ryanair se han marchado a la competencia (Norwegian Air, también de bajo coste) y entre las deserciones y las obligadas vacaciones del resto de los capitanes, la compañía se enfrenta a un problema gordo que quizá le baje un poquito los humos. Pero que sobreviva, porque ya nos ha educado en la sumisión y estamos pensando en el próximo viaje.