Se quejaba ayer un editor de libros de lo poco que se vende ese "género" que durante esta semana tendrá presencia constante en el bulevar del Gran Capitán, esa parte peatonal de la avenida donde la ausencia (o casi) de ruido de coches predispone a la liturgia de medir el mundo en portadas. Hay tanto ruido de cachivaches en este tiempo que resulta una proeza, por extemporánea, el sentarse en un sillón a leer un libro. Ahora hay que estar constantemente armados de manos, oídos y vista para sentirnos miembros de la tribu que no deja ni un solo minuto al día de recibir y enviar impactos a otros componentes del clan para que todos sepan en tiempo real qué estamos pensando-haciendo en cada momento. Es un cordón umbilical que nos devuelve a la tierna infancia en la que no existíamos fuera de la madre --que nos protegía-- y todavía no sabíamos pensar por nosotros mismos. El encuentro a solas con los libros exige una cierta madurez y algo de criterio para poder perderte, página tras página, en una vida que construyes a través de la lectura. Y, evidentemente, tiempo. ¿Cómo no se iba a quejar mi amigo el editor si ahora no hay momento del día para el sosiego interior de la lectura? Los ves por la calle y te parecen alienígenas, seres de otros planetas que llevan los oídos taponados con esos auriculares de moda, tipo Radio Andorra, que les tapan las orejas, y las manos, por delante, ocupadas con un cacharro donde teclean a dos dedos y no entiendes cómo no tropiezan. Caminan sin alterar el rostro, con una prisa de autómatas que parece que ni sienten ni padecen porque no están acostumbrados a oír el ruido de la vida, que lo mismo es el choque de dos bombonas del camión del butano, el piropo de algún soñador perdido --la crisis se llevó a los albañiles-, el claxon de alguien que llama tu atención porque te conoce o el sonido de una máquina de café de desayuno a 1.50 con botella de agua. Diariamente la misma reiteración: se levantan, se enganchan a sus cacharros que los conectan a la tribu, se nutren de ruido mediático, y así están todo el día, recibiendo y emitiendo mensajes, retuiteando la vida y esperando qué han dicho de nosotros en twitter y facebook (¡qué nombres para dos bares!). En un tiempo así lleno de tanto ruido a cualquier hora --incluso en la siesta-- ¿cómo se van a comprar libros? Sería imposible leerlos.