Córdoba está de enhorabuena. Hace sólo unos días fue abierto al público por primera vez desde su descubrimiento el recinto arqueológico que alberga los cimientos de uno de los templos más monumentales con los que contó la antigua Colonia Patricia . Esta mole, de piedra y mármol, presidió la gran plaza porticada que, construida sobre la muralla como símbolo de la nueva Pax Romana , conformó con el circo y la via Augusta una escenografía colosal cuyo modelo estuvo probablemente en el mismísimo Palatino de Roma. Y es que la Córdoba de aquellos años, imbuida de su papel capital en el discurso histórico del Imperio, quiso ponerse a la altura de la Urbs , recreándola. Un universo ideológico complejo, desgranado con su maestría habitual por J.F. Murillo y J.A. Garriguet en sendas conferencias que dejaron pequeño el salón de actos de Vimcorsa, demostrando hasta qué punto la ciudadanía cordobesa está ansiosa de información de calidad sobre su pasado, quizá porque tanto se le ha regateado.

Templo de la calle Claudio Marcelo y centro de interpretación anejo serían un marco idóneo para, entre otras cosas, homenajear a los grandes padres de la arqueología cordobesa: Juan M de Navascués, Enrique Romero de Torres, Samuel de los Santos, Rafael Castejón, Félix Hernández, Antonio García Bellido, Ana M Vicent...; incluso a algunas de las personas que más hicieron por ella, caso por ejemplo de Antonio Cruz Conde o el conde de Vallellano; unos y otros de muy diferente filiación ideológica, pero unidos en una causa común: Córdoba. De todos ellos, que protagonizaron una década prodigiosa, nos habló hace unos días en el marco de Arqueología somos todos Francisco S. Márquez, tan gran periodista como persona, que encandiló y sorprendió al auditorio. Deberían haberle escuchado muchos de nuestros responsables institucionales durante los últimos 40 años. Habrían enrojecido de vergüenza al comprobar que, con excepciones muy contadas (sobrarían los dedos de una mano), 60 años después seguimos ofreciendo al mundo la misma ciudad que diseñaron quienes, con generosidad extrema, sentido del compromiso y muchos menos medios de los actuales, supieron sin duda adelantarse a su tiempo. Nosotros teníamos sólo la obligación de acrecentar su legado, continuar en la senda de ofrecer al mundo los restos monumentales de nuestro pasado como principal seña de identidad, confirmar a Córdoba como uno de los destinos arqueológicos más importantes de Occidente, y, en cambio, hemos hecho lo contrario. Mucha gente ignora que fue en la década de los cincuenta cuando se excavó la Mezquita, se recuperó el Alcázar y se reconstruyeron las murallas del final de Vallellano; se "inventaron" la puerta de Sevilla, la calle Cairuán o la Calleja de las Flores; se exhumaron la tumba monumental del Camino Viejo de Almodóvar, o los sarcófagos, pagano y cristiano, de la Huerta de San Rafael; empezó el interés por Medina Azahara, que visitaron los más importantes mandatarios de la época; se excavaron las domus de La Corredera, cuyos mosaicos, espléndidos, decoran hoy el salón homónimo en el Alcázar de los Reyes Cristianos, haciendo de él el más noble y emblemático de la ciudad; se construyó el Puente de San Rafael (durante dos siglos Córdoba contó sólo con el romano); se arregló la Ribera; tomaron forma la fiesta de los patios y el interés por el flamenco..., y, por supuesto, se ganó para el futuro el templo de la calle Claudio Marcelo. Basta leer la relación de logros del párrafo anterior para que venga a nuestra mente la imagen de una Córdoba histórica poco menos que inmutable. ¿Qué hemos aportado a ella desde entonces? Pues prácticamente nada; muchas destrucciones y, en el mejor de los casos, algún resto en sótanos y garajes sólo accesibles a unos cuantos privilegiados, que antes o después acabarán deteriorándose hasta desaparecer. Este drama en toda regla se pretende paliar ahora con la apertura del centro arqueológico del templo romano; proyecto loable donde los haya, que aplaudo desde aquí por cuanto significa, al tiempo que felicito de corazón a sus artífices. En él han intervenido multitud de agentes, demostrando que cuando se quiere, se puede. Sin embargo, mejor ser prudentes. El proyecto está a la mitad, y en cualquier caso no es más que un grano de arena de esa playa inmensa que integra nuestro legado arqueológico. Aquí, pues, no termina nada, sino que empieza. Hay que continuar en esta línea; evitar por todos los medios que languidezca --como tantas otras veces-- hasta provocar en la ciudadanía el efecto contrario al buscado, y aplicar el modelo al resto de la ciudad, porque materia prima tenemos, a pesar de las pérdidas. Empecemos por reconocer errores, hacer balance de bajas, aunar sinergias y rentabilizar recursos, y creemos un plan consensuado de futuro para ese yacimiento inigualable que es Córdoba. Además de seguir proporcionando información sobre quiénes somos, puede darnos de comer.

* Catedrático de Arqueología UCO