Todos los años, una vez que terminan las Navidades, con la fiesta de los Reyes Magos, nos viene a la mente la pregunta: «Y ¿qué fue de la Estrella? ¿Desapareció para siempre del firmamento? ¿O se encuentra escondida en algún lugar?». Existe una preciosa leyenda. Cuenta esa leyenda que, una vez realizada su misión de guiar hasta la cuna del Niño Dios a los tres soberanos de Asia, la estrella buscó un lugar seguro donde refugiarse. Si seguía resplandeciendo en el cielo, corría el peligro de poner en camino a otros Reyes Magos y de hacerles creer en la venida de un nuevo Mesías. Necesitaba encontrar un lugar de retiro seguro y pensó en nuestro planeta. Pero ¿dónde? ¿cómo? Durante largo tiempo erró por los cinco continentes y recorrió todas las islas buscando el lugar adecuado. Hasta que, por fin, una noche de mayo, divisó las montañas de los Alpes y decidió detenerse en ellas, en sus valles de pastores apacibles, con sus habitantes sencillos y buenos. Entonces, dividiéndose en infinidad de pequeñas estrellas fugaces, descendió sobre la cima de aquellos montes. Al día siguiente, los pastores y los cazadores de ciervos encontraron sobre las piedras, súbitamente abiertas, unas flores como astros pero de terciopelo blanco: los edelweiss, las estrellas de los glaciares. Preciosa leyenda para estos días, cuando han terminado las fiestas navideñas. Comienzan ahora los edelweiss de cada día, las pequeñas estrellas anónimas, perdidas en las montañas, en los caminos, en las veredas: el esfuerzo cotidiano, la ilusión a la orilla de la verdad desnuda, sin luces, sin música, sin cantos que diviertan. Es lo que el poeta llamó con palabras metafóricas como «el crecimiento de la hierba en la oscuridad de la noche». O lo que es lo mismo: la verdad, el trabajo, el deber sacrificado, los pequeños o grandes dramas de nuestras vidas. Alessandro Pronzato habla con frecuencia del «milagro ordinario», que para él consiste en «vivir lo cotidiano, la normalidad, la vida tal como es: con sus enredos y rayos de alegría, las contradicciones y los momentos de seriedad, las amarguras y las esperanzas, los sufrimientos y las sorpresas, las desilusiones y los éxitos, las miserias y la belleza, las torpezas y la bondad, los cansancios y los ímpetus». En una palabra, lo mejor y lo peor, y sobre todo, la normalidad de lo cotidiano. Sencillamente, los edelweiss nuestros de cada día. Llega la consabida ‘cuesta de enero’, el frío que arrecia, los problemas que se amontonan, las dificultades que no cesan. Frente a las ‘cuesta’» de todo tipo, es necesario redoblar la energía, vivir la aventura de una vida nueva cada día. Todo por delante como el amanecer. Todo por hacer.

* Sacerdote y periodista