El final del año se anuncia lleno de contenido político, tanto por las elecciones autonómicas catalanas como por la culminación con la celebración de las generales. Las encuestas vaticinan que el Congreso de los Diputados tendrá una configuración bien distinta a la que estamos acostumbrados, si bien el resultado final dependerá tanto de lo que acontezca en Cataluña como de la consistencia que mantengan entre el electorado nuevas formaciones como Podemos o Ciudadanos, pues sobre todo la primera parece entrar en una etapa de dudas y de una cierta indefinición que puede conducir a que su resultado no sea el que sus dirigentes esperaban hace unos meses. De lo que no cabe duda es de que vamos a vivir una campaña permanente en la que las dos grandes fuerzas políticas, PP y PSOE, intentarán hacer valer su imagen y al mismo tiempo difuminar la del adversario.

Los socialistas se centran en una crítica a la acción de gobierno de los populares durante estos últimos cuatro años y su líder, Pedro Sánchez, ofrece propuestas de reforma en distintos niveles, desde la Constitución al retorno de los jóvenes talentos emigrados. Mientras, los populares aparecen orgullosos de su actuación, como escuchamos día sí y día no de la boca del presidente Rajoy. Pero sobre todo intentan, cada vez que hacen una aparición pública, demostrar que el PSOE ha tomado una deriva izquierdista, calificada de radical, y aducen como ejemplo los pactos alcanzados en algunas comunidades o ayuntamientos. Resulta curioso que cuando se habla de radicalismo casi siempre se identifique con una posición extrema de la izquierda, no de la derecha, y que se haya perdido el significado que el término tuvo en la conformación de una tendencia política en la Europa de comienzos del siglo XX, que en España tuvo su expresión en el partido dirigido por Alejandro Lerroux, cuya evolución y comportamiento fue tan cambiante y controvertido en la política española de los años treinta. Repasar la historia política europea nos conduce con facilidad a la demostración de que ha existido, y existe, un radicalismo situado en la derecha, que en el caso de nuestro país eran aquellos a los que denominábamos "ultras" a lo largo de la Transición Democrática.

En la utilización del término que hace ahora el PP contra el PSOE parece olvidar este partido sus orígenes. Los más próximos se hallan en Alianza Popular, cuya línea política era descrita en un Diccionario de los partidos políticos de 1977 de este modo: "Pretende convertirse en un macropartido que constituya la centroderecha. La procedencia de sus impulsores hace suponer que sería una derecha autoritaria". Con posterioridad, como es conocido, se transformó en Partido Popular, y continuó con esa aspiración centrista, sin embargo la realidad es que de la escena política española desapareció, en términos institucionales, la ultraderecha. Está claro que ese sector, tanto sociológico como ideológico, ha apoyado al PP, e incluso muchos de sus dirigentes han dado prueba en sus declaraciones, manifestaciones y discursos de su pertenencia a la extrema derecha ideológica. Estoy convencido, porque los conozco, de que en el seno del partido también hay militantes que no están adscritos a esa tendencia, pero resulta un contrasentido acusar a los socialistas de radicalismo cuando durante tantos años han convivido en su seno con ese otro radicalismo de derechas, cuando tantas veces han transigido en cuestiones sociales, culturales e ideológicas con esa corriente. Y si como muestra basta un botón, cualquiera pude consultar declaraciones de Esperanza Aguirre, del portavoz en el Congreso, Rafael Hernando, o del candidato en Cataluña, García Albiol. Así pues, que no nos asusten con radicalismos cuando hemos tenido que sufrir tantos desde sus filas.

* Historiador