El cáncer de nuestra sociedad es el fútbol. No el deporte practicado en general, sino el negocio del fútbol. A través de esta monstruosa forma de alienación entra la corrupción en el individuo y se extiende en metástasis a otras partes del tejido social.

Tomen el ejemplo de ese jornalero que, tras doce horas recogiendo pimientos y recibir un salario de 20 euros, duchado y perfumado con barata agua de colonia, remangada la blanca camisa, se acerca al bar y, relajado, con la satisfacción del trabajo cumplido, se entrega a la contemplación de un partido de fútbol en la pantalla del televisor. Absorto y embobado repite, entre exclamaciones de admiración, que esos jugadores «se lo merecen todo». Ese hombre está incapacitado para reparar en la enorme desigualdad entre su esfuerzo productivo y el de los participantes en el infantil espectáculo; si estos se merecen todo, él se merece los míseros 20 euros por la agotadora jornada laboral. O ese otro que juega plácidamente una partida de dominó en la terraza y, al oír los gritos de ¡gol!, ¡gol! desde el interior del bar, abandona su juego y entra corriendo preguntando excitado, quizás babeando como el perro de Pavlov ante el reflejo condicionado: ¿quién juega?, ¿quién juega? Manipulado, no ve el gol que le han metido. (El lector puede añadir de su propia experiencia a estos ejemplos de alienación).

El fútbol campa a sus anchas en este terreno irracional abonado por el poder político y los intereses económicos, como lo mostró aquella viceministra del Gobierno cuando fue interrogada sobre qué pensaba del fichaje multimillonario, escandaloso, de un jugador, y respondió que eso era un asunto de la empresa privada. Ni siquiera se permitió un comentario a título personal que hubiera servido de guía moral a la ciudadanía. Se topó con el fútbol, Sancho hermano, y apagó el fuego del agravio comparativo. Regateó a la equidad, a la igualdad y al lucero del alba. Luego los padres que se agreden vergonzosamente en las gradas de los campos de futbol juveniles compiten a favor de sus hijos por este mismo botín... En la empresa privada.

Porque, no nos engañemos, lo que de verdad está en juego en este circo es el pan. Es viejo el truco. O como dijo don Miguel de Unamuno referido a los toros: «No me cabe duda de que nada hay más sutilmente reaccionario que mantener la afición a los toros, porque es muy conveniente hacer que el público tenga hipotecadas su atención y su inteligencia...». ¿Qué diría ahora ante este espectáculo del fútbol donde la habilidad física con un balón se confunde con el arte y la tragedia con el grito de ¡Gol!, que cura otro gol en la puerta contraria? Bienvenido sea este incruento pasatiempo, no obstante, si no fuera porque en sus infantiles cubiles anidan víboras que incuban bolas de oro para directivos, entrenadores, futbolistas, intermediarios, políticos y especuladores... (Pongan nombres).

Nosotros, al aplaudir este circo, como tontos útiles santificamos la corrupción y recibimos el mendrugo de pan.

* Comentarista político