Supongamos que, después de muchos años estudiando con la ayuda abnegada de mi padre, apruebo mi oposición y me encuentro con muchas horas libres de las que antes no disponía. Mis padres se van al pueblo a descansar y yo me quedo sola en casa. Entonces necesito ocupar mi tiempo y decido ordenar los libros y papeles de mi padre. Comienza la aventura: libros editados en el siglo XVII, distintas ediciones de la Gramática de la RAE, gramáticas funcionales, generativas, las memorias del profesor Martinet traducidas al español, centenas de cartas manuscritas dirigidas a mi padre por el propio profesor, artículos de periódico, comunicaciones presentadas en congresos de Lingüística, Memoria de Licenciatura, Tesis Doctoral, Memoria para el Acceso a Cátedra... Me dispongo a catalogar los libros, y, al abrirlos, descubro fotografías, facturas de hoteles humildes de cualquier parte de Europa... Es el trabajo de muchos años de mi padre, que, de pronto, deja de serlo por unos instantes y pasa a convertirse en un gran lingüista. Y lo veo joven, lleno de vida e ilusiones, recorriendo España y Europa en aquel Renault 131 blanco, para exponer al mundo sus ideas, sus reflexiones y conclusiones.

Me lo he imaginado muchas veces, pero ya no es una suposición. Muchas gracias, Papi, por haber estudiado tanto, gracias por haber ido a todos aquellos congresos intentando siempre gastar lo más mínimo para que a nosotros no nos faltase de nada, gracias por haberme transmitido la pasión por la Lingüística, gracias por darme a conocer al profesor Martinet, gracias por haberme hecho los temas de oposiciones y haberte quedado casi en el intento durante todos estos años en que parecía que no lo íbamos a conseguir. Sobre todo, gracias por haberme esperado cuando desvié mi camino y perdí el rumbo.

No importa si en ciertas instituciones públicas no han querido ni sabido valorar tu obra. Tienes mi reconocimiento y, aunque aún me queda mucho camino por recorrer, creo que algún día podré llegar a ser tu pequeño reflejo: entonces, todo habrá merecido la pena. Eskerrik asko, aita.

Miren Uruburu

Córdoba