En el Patio de los Naranjos alumnos de los institutos de todo el mundo se refrescan en la Fuente del Olivo mientras los operarios están en los trabajos de quitarle la celosía de Rafael de la Hoz a la famosa segunda puerta de la Mezquita, esa especie de brecha que la Semana Santa ha abierto en el gran templo. Entramos en ese espacio cuyas columnas, capiteles, arcos lobulados, lámparas y artesonado son una invitación a sumergirnos en la espiritualidad, las religiones, la vida y la muerte. Y, sobre todo, en la historia del arte. Detrás de la segunda puerta, de tanta nombradía, no solo hay Semana Santa. Ahí, al lado, está la capilla de San Salvador y San Ambrosio, tan abierta que no invita al recogimiento, y la de San Agustín y Santa Eulalia, con el enterramiento familiar de los señores Lara y Cárdenas -hay que ser alguien para recibir sepultura aquí- dos placas en la pared con los nombres de los obispos Javier Martínez Fernández y Asenjo y dos cajas de cartón de Andújar con «velas de cera para el Santísimo». Al lado de la segunda puerta hay tres más, en las que la cristiandad no construyó capillas, cuyas celosías transmiten la luz del Patio de los Naranjos al interior del templo. Enfrente de la segunda puerta, tras pasar por la basílica de San Vicente mártir, por la zona del Mihrab --el habitáculo de los dioses, el trono, el cielo, el corazón de la Mezquita--, está la primera catedral gótica y la capilla de San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia. Y al lado, la de San Esteban y San Bartolomé, donde están enterrados Góngora y los duques de Almodóvar del Río y marqueses de la Puebla de los Infantes, títulos, al parecer, necesarios para solicitar la eternidad por aquí.

Y salimos por la primera puerta, la de Las Palmas, la gran entrada de la Semana Santa, en cuyos arcos sendas hornacinas dan fe de quiénes son los propietarios de este templo de la humanidad hecho en Córdoba hace más de 1.200 años: en una pone que el papa Francisco, un argentino que vive en Roma, con su escudo «miserando atque eligendo»; y en la otra, que monseñor Demetrio Fernández, el toledano de Puente del Arzobispo, prelado de la provincia cordobesa.