Tras el resultado del domingo, la primera evidencia es que las encuestas se han equivocado, o que los ciudadanos no decimos toda la verdad cuando nos preguntan. Aun así no aprenderemos y con la próxima convocatoria electoral volveremos a leer e interpretar resultados, y diremos que no interesa tanto el dato concreto como la tendencia, pero sin advertir que esta no se suele ver tampoco con claridad, y habrá que darles la razón, basada en una cuestión de Perogrullo, a quienes afirman que la verdadera encuesta es la del día en que los ciudadanos depositan su voto, solo que eso ya no es sino la expresión real de la soberanía popular, ya no hay lecturas interesadas, ni tampoco intereses ocultos por parte de quienes encargan (o pagan) las consultas. Porque, ante tanta coincidencia en los datos demoscópicos, y a la vista de los resultados, cabe preguntarse a quién beneficiaba esa imagen de que el electorado estaba polarizado, ¿quiénes han conseguido movilizar a sus votantes ante esa circunstancia? Queda claro que los dos partidos que han jugado esa baza han sido el PP y Podemos, justo los dos que desde los resultados de diciembre empezaron a pensar en que la repetición de elecciones debía ser considerada como una segunda vuelta, aunque la misma no esté contemplada en la legislación electoral española. Sin embargo, ha sido el partido de la derecha el que ha obtenido beneficio de esa imagen de extremos, o de buenos y malos, tan falsa por otra parte, a la que Rajoy ha jugado durante la campaña, y en menor medida Iglesias cuando afirmaba que solo había dos opciones para gobernar y que ellos eran la alternativa al gobierno de la derecha.

Pero hay otras cuestiones que me han resultado llamativas a lo largo de la campaña, aunque en realidad no son sino una continuidad de lo que ya se ha producido en anteriores convocatorias. Por una parte, la ocupación del espacio, mediático y propagandístico, por parte de los líderes, de los candidatos a presidir el gobierno, algo que en especial se ha notado en el caso de Ribera y Ciudadanos, y que quizás pueda ser una las causas del descenso del partido. Este hecho contribuye a diluir la realidad de que tenemos un sistema parlamentario, no presidencialista, pero se trata de algo que no ha parado de crecer desde 1977 hasta hoy. Por otra parte, como consecuencia de lo anterior, asistimos a la práctica desaparición de los respectivos candidatos en su circunscripción, a lo cual se debe añadir la participación en la campaña de políticos que no concurrían a los comicios. Sirva de ejemplo el caso de Andalucía, donde hemos visto hasta la saciedad hablar y participar en entrevistas a Susana Díaz, Juan Manuel Moreno, Teresa Rodríguez o Juan Marín, a pesar de que ninguno de ellos era candidato por ninguna de las ocho provincias andaluzas. Este hecho, sin duda, contribuye al alejamiento del ciudadano de la política, en cuanto que lo distancia de su futuro representante.

En la noche electoral participé en un programa de una radio local donde comentábamos los resultados. Allí afirmé que era incuestionable la victoria del PP, pero que al mismo tiempo resultaba incomprensible cómo una parte considerable de los ciudadanos parecía no tener en cuenta toda la corrupción que arrastra ese partido y que tendrá su expresión en procesos judiciales que están por venir. Es cierto que nadie quiere una nueva convocatoria electoral, pero a la hora de llegar a acuerdos habrá que tener en cuenta todo ese conjunto de circunstancias, porque en contra de lo que se suele afirmar con frecuencia, los ciudadanos sí nos equivocamos al emitir nuestro voto. Son muchos los temas que quedan pendientes a la vista de lo ocurrido el domingo, uno de ellos es el análisis de lo acontecido en Andalucía, pero habrá tiempo para comentarlo más adelante. H

* Historiador