Cambio de calendario y vuelta a empezar. Ya concluyeron los fastos de más de treinta días en los que se han agolpado de forma ecléctica y algo incongruente Papá Noel, mesas decoradas y repletas de viandas, calles iluminadas, belenes, jugadas fiscales de última hora, mujeres burbuja, mensajes del Rey, escaparates, chimeneas, fiestas de desmadre, árboles con lucecitas, niños de San Ildefonso, paquetes de regalo, uvas, anuncios entrañables, Reyes Magos, infinitos mensajes de WhatsApp, macetas de pascualos, roscones, cajas registradoras y, yo que sé, hasta abrazos a esos conocidos que casi no volveremos a ver el resto del año. Ahora toca esconder todas las pruebas de lo sucedido y volver a la rutina. Retornada reclusión en trasteros con condena de once meses para adornos, arbolitos y belenes, desfile de restos y envoltorios dirección basura, búsqueda angustiosa de tiques regalo, no vaya a ser que nos tengamos que quedar el obsequio ese «que estábamos deseando»... Creo que a los pascualos, de momento, se les puede dar un indulto temporal hasta ver si se tornan verdes. Navidad religión, Navidad consumo, Navidad excesos, Navidad familia, Navidad amigos, Navidad espectáculo, Navidad balance, Navidad propósitos. Pensando en ello me viene a la cabeza que la nueva palabra posverdad, surgida a tenor de chascos electorales como el Brexit o el triunfo de Donald Trump, tiene un significado que «denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal». Haciendo un paralelismo, la Navidad está girando cada vez más hacia una connotación parecida. Conductualmente se está alejando en los últimos tiempos de la austera y familiar conmemoración religiosa de antaño para ser vivida conforme a toda una paleta de emociones colectivas. Puede que sea consecuencia de un exceso en el uso de las TIC que nos envuelven, del neuromarketing, o vaya usted a saber por qué fuerza estructural, pero lo cierto es que vivimos una época en la que las emociones grupales conducen nuestros actos con más peso que la racionalización personal y objetiva de las opciones. Si es éste el modelo de festejo navideño hacia donde vamos, tampoco hay de qué preocuparse, tal vez sea más acorde a la variopinta sociedad que nos rodea en lo referente a cultura y creencias; más hedonista y más caro, pero más acorde. En ciertos entornos casi se podría ya atisbar una progresiva vuelta de la Navidad hacia el reflejo de aquellos cíclicos periodos festivos tales como las Saturnales y demás fiestas tribales asociadas al solsticio de invierno de cualquier remota época o cultura. Un espacio de tiempo para huir colectivamente de lo cotidiano y refugiarnos en una realidad diferente en la que, por añadidura y como en cualquier festividad, la motivación religiosa siempre estará subyacente de algún modo. Como decía el antropólogo Émile Durkheim, «toda fiesta, tiene por efecto acercar a los individuos, poner en movimiento a las masas y suscitar un estado de efervescencia, a veces hasta de delirio, que no carece de parentesco con el estado religioso». En estos días pasados también hemos podido comprobar cómo esa efervescencia se manifiesta a través del consumo. Puede habernos parecido una auténtica locura toda esa masa de gente portando bolsas con compras por calles atestadas y tiendas abarrotadas. Pero es que, en ésta emergente Navidad de las emociones, es inevitable que objetos y sentimientos se crucen e identifiquen. En éste sentido, el antropólogo Marcel Mauss hacía hincapié en el valor de cohesión y solidaridad de la fiesta a través de un imperativo intercambio de obsequios que se rige por la obligación de dar, la obligación de recibir y la obligación de corresponder. Una materialización expresiva del afecto mutuo y la solidaridad grupal a través del objeto dado y recibido. Si no, piensen en cómo normalmente en Navidad hacemos regalo a las personas de las que sospechamos vamos a recibir otro regalo. No regalar, no aceptar o no corresponder puede acarrearnos trágicas consecuencias de relación con esa otra persona que nada tienen que ver con el objeto en sí ni su valor. Lo de estos días pasados cualquiera lo podría simplificar como consumo excesivo, pero no es consumismo lo que lo motiva. Como escribió el propio Mauss «el regalo no correspondido rebaja a aquel que lo acepta» por lo que, irremisiblemente, se genera un círculo en el que acabamos regalando ante el temor a recibir y no haber correspondido. En definitiva, donde pretendo llegar con estos comentarios es a reconocer el carácter multidimensional de una Navidad en la que la conmemoración del nacimiento de Jesús para unos, el solsticio de invierno para otros, la fiesta del refuerzo de nuestra cohesión como grupo para otros más o, dosificado en distintas proporciones, todo ello a la vez para la mayoría, nos permite por unos días al año dejar a un lado la dura realidad de la habitual rutina individual para sumirnos en otra metarealidad colectiva donde imperan las emociones por encima de la razón, donde resulta algo mas fácil soñar.

* Antropólogo