Que, una vez terminada la Feria, el calor se siente ya libre para hacer de las suyas, no es cosa que sorprenda a ningún cordobés. Unos años antes y otros después nunca defrauda. Y propicia horas y paisajes de soledad y silencio urbanos en ocasiones un tanto sobrecogedores. A mí suelen traerme a la memoria las últimas escenas del clásico de Stanley Kramer La hora final, con el Sawfish alejándose mientras suenan las notas del Waltzing Matilda. Una pequeña joya. Visto de otra manera no deja de ser la versión diurna de las calles ausentes y calladas de las noches cordobesas que, por el contrario, en esta época se toman el desquite acogiendo algo de brisa y toda clase de actividades...

El caso es que, con la llegada de la canícula, hay también ausencias en las que uno repara de un día para otro. Entre ellas las de los Erasmus que cada año pueblan diversos pisos del barrio, a muchos de los cuales, por razón de vecindad, acabo conociendo a base de compartir la cola del cajero en el súper y amistades comunes universitarias. Desde hace varios días han retornado a sus lugares de origen. Y se nota.

A ello contribuye el que, en cierto modo, estén siempre presentes en mi mesa de trabajo a través de un ficticio billete de 10 Ecu, la unidad de cambio antecesora del euro, con el que se me remuneró simbólicamente una ya lejana conferencia, divulgando el programa, allá en sus inicios. Conservo el texto escrito en los folios de papel continuo de las impresoras de entonces. Y releyéndola... Resulta que todos los santos siguen teniendo octava.

Y es que, hace poco más de una semana, el Diario CÓRDOBA celebraba en el Alcázar su habitual Gala de los Cordobeses del Año que, en esta ocasión, además de conllevar una serie de novedades, rememoraba en parte los 75 años del rotativo y coincidía en el calendario con el 40 aniversario de las primeras votaciones democráticas fruto de la Transición. Pero, aunque desapercibido para todos, la fecha llevaba consigo un aniversario más. El 15 de junio de 1987, hace treinta años, el Consejo Europeo creaba el programa Erasmus (hoy Erasmus Plus), acrónimo de European Region Action Scheme for the Mobility of University Students, que fue la manera en que Bruselas articuló las iniciales necesarias para sintetizar el espíritu de lo aprobado en el nombre del célebre humanista de Rotterdam (un ingenioso criterio que luego siguió utilizando en otras iniciativas). En la actualidad está considerado como el de mayor éxito de cuantos ha desarrollado la Unión Europea. Y como tal se está conmemorando en todo el continente. No en vano cuando se le concedió en 2004 el Premio Príncipe de Asturias fue calificado como uno de los programas de intercambio cultural más importantes de la Historia de la Humanidad. Son millones los estudiantes universitarios que se han acogido a él desde entonces y el único al que se le reconoce haber contribuido eficazmente a crear el ansiado espíritu de ciudadanía europea.

Desde su nacimiento ha mantenido una especial relación con España. Nació como iniciativa de una asociación estudiantil francesa, pero su impulso definitivo se debió en buena parte al entonces responsable de las políticas de educación de la UE, Manuel Marín, con el especial apoyo de los presidentes Mitterrand y González. Además nuestro país es, en la actualidad, el segundo que más Erasmus envía a la UE y el primero que más recibe. Sin embargo, por una curiosa paradoja histórica, Desiderius Erasmus de Rotterdam, incansable viajero por Europa, paradigma de la movilidad universitaria y preceptor de Carlos I... Nunca visitó España.

Y ello a pesar de las reiteradas invitaciones que recibió para hacerlo. Entre otras las del Cardenal Cisneros, para dar clases en Alcalá y participar en los trabajos de critica textual de la Biblia Políglota. En una carta dirigida a Tomas Moro, en 1517, Erasmus le decía no haber tomado decisiones en cuanto al lugar de su residencia. No le seducía España (su famoso «Non placet Hispania») pero tampoco Alemania «con sus caminos infestados de bandidos», ni Inglaterra «con sus motines», ni otros lugares. Consta que más tarde se arrepintió. Especialmente al comprobar el profundo eco de sus ideas y su obra en nuestro país.

Vaya la anécdota del aniversario a modo de Plus --nunca mejor dicho-- enriquecedor de una noche de verano, amistosa y emotiva. Y que quizá contribuya a que su singularidad permanezca, aún más, en el recuerdo de todos sus protagonistas. Sin duda asi será en el caso del profesor Enrique Aguilar Gavilán y en el de los muchos universitarios presentes en la Gala. En cuanto a las razones por las que Erasmus no vino a España, nunca han estado demasiado claras. Hay quien habla de cuestiones judaico religiosas. Otros de compromisos editoriales o derivados de su éxito social. Pero, habida cuenta de que la carta dirigida a Tomas Moro está escrita en julio y que Erasmo reiteraba su decisión en otra escrita en agosto... Bueno, es lícito pensar que quizás sabía cómo se las gasta en Hispania el termómetro...

* Periodista