Es preciso estar muy atentos para advertir de la existencia de nuevos periodistas que -entre tanto tráfico de palabras e imágenes en buena medida vacías y casi siempre repetidas- nos traen relatos diferentes, historias novedosas que nos atraen y algo aún más raro: que estamos dispuestos a creerlas.

No obstante, algo nuevo se empieza a mover y crecer en el mundo periodístico, precisamente en los tiempos de la muerte del papel prensa, el auge los monopolios tecnológicos que dominan internet y la sensación creciente de que buena parte de lo que se nos cuenta es mentira o medio verdad, sesgado o parcial.

Cuando los principales púlpitos públicos son ocupados por políticos vociferantes y obscenos y el llamado periodismo crítico se afana en chapotear a su lado (corrupción, desigualdad, migraciones...) ocurre que por los registros más inverosímiles aparece la grabación de ese periodista que se infiltró en una banda criminal y descubrió cómo el tráfico de órganos no es un delirio más de la literatura fantástica, o ese grupo de colegas destripa denuncias y sumarios de víctimas del acoso escolar para descubrir que no son hechos aislados, sino una plaga.

Observamos también, aunque aún con los ojos nublados del que padece cataratas, que los nuevos informadores se esfuerzan de manera notable por contarnos los hechos de nuevas maneras. Los hay que insisten en descubrirnos lo que han encontrado utilizando las herramientas de la literatura a fin de dar una dimensión de gran dignidad formal y emotiva a los actos humanos más sencillos o incluso triviales. Es el llamado periodismo narrativo: contar largo y de manera hermosa e indagatoria cómo se rastrean los acontecimientos y logran desvelarse. Parece un contrasentido esta forma de narrar los hechos en un tiempo en que millones de personas han dejado de leer y cuando la metáfora culta o no se entiende o se despacha como una cursilada. Pero es una forma de periodismo que es al tiempo un acto de valentía y acaso una advertencia.

Asistimos también al llamado periodismo transmediático: contar un hecho utilizando todo tipo de soportes -texto, voz, imágenes, el cómic y hasta mil formas del collage-, buscando sorprender a distraídos de lo cotidiano o un ángulo más atractivo para atrapar a aquel que se aburrió de lo convencional y el periodismo acomodado o sometido. Renace, en fin, el periodismo gonzo protagonizado por jóvenes profesionales que se hacen pasar por otras personas con el fin de rastrear en las inmediaciones de la verdad.

Los grandes de este oficio, cuando la libertad zozobra, de siempre han sostenido que el periodismo remonta a la postre porque la curiosidad en algo innato en el hombre. Ahora los nuevos periodistas, en medio del páramo, añaden a esta convicción su determinación para contar lo que nos sucede en este mundo de otras maneras sorprendentes y atractivas. En cierta manera el nuevo periodismo tiende a bañarse una vez más en las fuentes del reporterismo de los años 30 y 40 del pasado siglo para volver a reconocerse socialmente útil, mirar de manera directa qué le sucede al hombre y observar los campos, fábricas y hogares donde vive para desvelar sus emociones.

Sí, asoma una nueva forma de narrar qué ocurre a nuestro alrededor, pero todavía es muy débil. Es nuestro deber cuidarla.

* Periodista