Después de los años locos, España vuelve a ser lo que ha sido siempre: un país de minoría privilegiada. Pero esta ya no es aquella porción de la población feudalmente aventajada por su origen familiar. Hoy, aparte de esos de apellidos sobrados, también forman parte de ese pueblo que goza de comodidades materiales todos los que se aprovecharon, no de las oportunidades de la construcción sino de la práctica formalmente seria del derecho a la educación empujada por la democracia, para que cuando llegaran las vacas flacas los pillara sobresalientemente preparados. La crisis no ha pasado sino que nos hemos adaptado a ella. Hemos renunciado a esos años preciosos donde el sector inmobiliario campaba a sus anchas y daba de comer --y bien- a todos los que en el mismo intervenían directa o indirectamente, que era el 80% de la sociedad. O sea, aquí el más pintado te cobraba 3.000 pavos al mes. Pero todo ha cambiado. Ganas de llorar me dio la otra noche, de verdad, cuando un taxista asalariado me contó su situación familiar y económica: cogía el taxi a las tres de la tarde por ahí y volvía a casa a las cuatro de la mañana. Así todos los días menos uno. Cuando despertaba su mujer se había ido a fregar escaleras y sus dos hijas estaban en el cole. Se reunían lo justo en el almuerzo y punto. Esa era su vida en familia, paradójicamente lo más importante para él y por eso lo relataba con una tristeza estoicamente admirable porque el hombre sabía que su esfuerzo iba a parar directamente a las dos niñas para poder sufragarles la educación. Se llevaba el 40% de las carreras y venía sacando con suerte un sueldo no digno para hacer frente a lo que no podía: hipoteca, comer, vestir, colegios, luz, agua, etc, etc. Por eso su esposa iba a limpiar casas en B (como para pagar también impuestos por veinte euros asquerosos pero súper valiosos). Lo peor es que no había otra cosa y por tanto este hombre era un ser a un volante pegado.

Luego yo se lo conté esto a un colega, que es camarero, que en tono rancio me contestó que lo suyo era todavía peor porque al menos el taxista estaba sentado y podía parar a mear cuando quisiera en un descampado bajo un árbol y eso psicológicamente relajaba mucho.

Sé que este tema está muy trillado, pero no me importa ser pesado en la difusión de este mensaje: la crisis no será tal para nuestros hijos si conseguimos que obtengan buenas titulaciones. Por ellos tenemos que esforzarnos, aunque sea como este gran taxista y por tanto gran hombre, pegados a un volante.

* Abogado