Un setiembre más, una mañana que ya se despide del verano, ahí los vemos, recién peinados, con ojos de sueño, tirando para atrás de la madre, o del abuela, camino del colegio, tan pequeños, tan transparentes, tan absortos. Es el primer año de su vida entre las bancas. Pisan el umbral de un cosmos todo nuevo. Otra mujer, como una segunda madre, los recibirá, los llamará por su nombre, les regalará sonrisa tras sonrisa, les enseñará todo: a sentarse, a respetar, a ir al baño, a consolarse en las lágrimas; a que hay muchos otros mundos fuera de su mundo. Y también los tomará de la mano y los introducirá en ese prodigio que es reconocer en los signos de una página palabras que representan objetos y sentimientos. Sus pequeños dedos aprenderán a coger un lápiz. Y llegarán a sus almas los siglos de nuestra cultura, y se perpetuarán. Un día oirán hablar por primera vez de don Quijote, o de los Pirineos, o de las decenas. Sabrán que esas palabras, que tantas veces han pronunciado ya en la familia, se llaman "adjetivo" o "pronombre personal".

La mañana se abre fresca y azul. Luego se volverá fría. Será el otoño, el primer otoño entre los lápices, la tiza y la goma de borrar. Los árboles se quedarán sin hojas. En la ventana, los cielos se harán grises, lloverá y será el invierno. Un mediodía asomará de nuevo el sol, otro sol y el mismo sol. Y de un misterio, surgirá otra primavera. Al verlos, algo de nosotros, muy lejos en el corazón, recuerda que un día fuimos ese niño, esa cartera, esa mano que nos llevaba, esa clase, ese maestro, esa tiza y esa goma de borrar.

* Escritor