El pasado 13 de noviembre tuve el honor de ser acogido como Correspondiente por Herrera del Duque, mi pueblo natal, en la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba; una circunstancia que, en su modestia y cotidianeidad aparentes, ha revestido para mí enorme trascendencia, está cuajada de contenido.

En efecto, vi la luz en Herrera del Duque, provincia de Badajoz, hace ya muchos más años de los que me gustaría; aunque me consuela pensar que, como decía el maestro José Luis Sampedro en La vieja sirena , envejecer es el precio que pagamos por la dicha vivida. Llegué a Córdoba con apenas catorce años, y desde entonces mi vida ha transcurrido entre ambas poblaciones. En aquella mantengo mi aire, mis paisajes y mis raíces, a una parte fundamental de mi familia y a mis amigos de la infancia. En esta me he desarrollado personal y profesionalmente; tanto, que me ha dado mucho más de lo que me habría atrevido siquiera a soñar aquel lluvioso día de noviembre de 1973, cuando mis padres, a los que nunca podré agradecer lo suficiente que me ofrecieran la oportunidad de continuar mis estudios, casi tan asustados como yo, me dejaron, poco menos que perdido entre los cinco mil alumnos del centro, con el curso ya empezado por algunos problemas de última hora con mi beca, en la antigua Universidad Laboral Enésimo Redondo, hoy Campus de Rabanales. Un día que recuerdo de nuevo aquí, emocionado, como sincero homenaje a su generosidad y su grandeza de espíritu.

Ahora, la Real Academia cordobesa, que ha sido para mí referente y ejemplo desde que recalé en la ciudad, ha tenido a bien darme cabida en ella, institucionalizando de iure un maridaje que ya existía, de facto , hace más de cuarenta años. Mi agradecimiento, en consecuencia, es proporcional a la relevancia del hecho. Por eso, quiero aprovechar la tribuna privilegiada que me ofrece Diario CORDOBA para dar las gracias de corazón a cuantos han creído en mí a la hora de elegirme para ocupar este puesto; una elección que sé que tuvo lugar por unanimidad, pero que no se hubiera producido sin la propuesta previa por parte de tres de sus miembros: D. Enrique Aguilar, D. José Roldán y D. Miguel Ventura. También, a todos y cada uno de los miembros de mi equipo, que tantas satisfacciones me dan y de los que aprendo a diario; a mis amigos, que representan sin el menor género de dudas mi mejor cosecha; a mis alumnos, que devuelven mi entrega con creces, y de manera muy especial a cuantos de una u otra forma me honran y me conmueven a diario con su respeto y su aprecio.

Desde ese modo de higiene que la felicidad comporta ...,...y a una distancia que nivela orgullos , en palabras, tan hermosas como acertadas de Mújica Laínez en Bomarzo , elegí para el discurso de entrada un tema relacionado precisamente con mi ciudad de adopción, pero que en buena medida podría ser extrapolado a otros muchos centros urbanos de la Antigüedad romana, trascendiendo lo local para alcanzar la anhelada universalidad capaz de dar alas al análisis histórico; al menos, desde un punto de vista heurístico y metodológico: la explotación del territorio cordubense. Y es que, en cualquier momento de la historia al que nos acerquemos, el territorio no ha sido jamás algo estático, sino el marco que sirve al hombre para desarrollar su vida, buscar su sustento y abastecerse. Evoluciona y se transforma, por tanto, al dictado de los tiempos, convertido periódicamente en causa de guerras y controversias que lo van nutriendo de sangre. La actualidad, que nos muestra a diario lo peor y más atroz de la condición humana, está llena de ejemplos. Quizá por eso, algunos nos sentimos tan ajenos a ella.

Ciudad y territorio son, en definitiva, realidad dual e indisociable, simbiosis perfecta que condiciona urbanismo y paisaje, sociedad y economía, administración y política. El de Córdoba, que según las fuentes antiguas coincidió en líneas generales con el Valle Medio del Betis (incluida una buena porción de la sierra), fue rápida, sólida y conscientemente integrado con Roma, en una nueva filosofía que implicaba además la asunción de una identidad compartida bajo el nuevo concepto de hispanos. Un proceso complejo, marcado por las centuriaciones y los repartos de tierra, la propiedad de ésta y su concentración progresiva, que entronca con las claves socioeconómicas del Imperio, con el papel en él de la Bética y de los béticos. También, con el rol de la ciudad en su ager , y la medida en que este condicionó la realidad urbana. Temas todos ellos para la reflexión que se convierten, al fin y a la postre, en estímulo para seguir trabajando.

* Catedrático de Arqueología UCO