¿Cuánto cuesta pasar una noche con su hija? Si un amigo o un vecino le formulara a usted esta pregunta, probablemente se quedaría perplejo. Esa misma perplejidad es la que sentimos las mujeres (no todas, es cierto) cuando se plantea la posibilidad de regular la prostitución y los vientres de alquiler. Ni estas prácticas ni el debate suscitado en torno a su situación legal son nuevos. La prostitución se viene ejerciendo desde siempre, ya que ésta es resultado directo de la desigualdad, pero en las últimas décadas se ha transformado en una industria global, que prostituye en condiciones de esclavitud y violencia a un número muy elevado de mujeres. A pesar de que el Gobierno ha contabilizado en el PIB sus rendimientos económicos usando una estimación, la prostitución no es una actividad legítima. Algunas mujeres persiguen darle legitimidad, y ellas desde luego la merecen como ciudadanas, pero es que la prostitución no es una profesión, es una relación de dominación y de violencia, que pone a las mujeres a la altura de unos zapatos, de una camiseta o de un bote de colonia: son cosas que se compran y se desechan, cuestan dinero pero no tienen valor, ni dignidad. Además la prostitución está socialmente muy estigmatizada.

El uso de vientres de alquiler, sin embargo, solo es posible gracias al desarrollo de la tecnología, que puede ser una práctica legítima si se basa en la solidaridad y no en el dinero. Cuando una actividad de este tipo se transforma en un mercado, en realidad lo que se hace es obligar a los más pobres a entrar en él aportando su cuerpo para que pueda ser consumido por otros, al tiempo que los beneficios que genera esta práctica son percibidos por quien puede comprar y por quien puede invertir en ese mercado. El denominador común de la prostitución y del alquiler de vientres es transformar a las mujeres en objetos de consumo, lo que las despoja de su dignidad humana, de su libertad y de su propio ser. La cuestión es: ¿se puede comprar y vender todo o hay cosas que no deben ser intercambiadas por dinero? Con el comercio de órganos el debate fue rápidamente sofocado, porque se sabe sobradamente que si alguien tiene que vender un riñón para vivir no lo hará un millonario, éste será el comprador en todo caso. Entonces, ¿por qué la comercialización del cuerpo de las mujeres no se analiza bajo esa misma óptica? Los y las responsables políticos que proponen regular estas prácticas conocen sus consecuencias, por ello no puedo dejar de preguntarme qué interés tienen en este asunto.

Ya para terminar les pido, por favor, que cuando justifiquen esas prácticas visualicen a alguna de las mujeres que aman en esas circunstancias: su cuerpo siendo consumido y usado por otros. Y si esto no funciona, imagínense a ustedes mismos/as. ¿Qué tal ahora?

* Doctora en Sociología. IESA-CSIC