Hay personas que transitan por la vida pisando firme y, sin embargo, levantan el vuelo final con apenas un aleteo de mariposa. Ha sido el caso de Ana María Vicent, una mujer fuerte, incluso con fama de dura en su época, que se ha extinguido a los 85 años en silencio, allá en su discreto refugio de Madrid. Hasta él se había retirado, tras su jubilación y algo más tarde la de su marido, Alejandro Marcos Pous, esta valenciana menuda, enérgica y sentimental que dedicó la mayor parte de su existencia a salvar el patrimonio artístico y monumental de Córdoba. Para ello luchó con uñas y dientes contra todo el que quisiera especular o llevarse a su casa lo que a todos pertenecía.

Desde su llegada en 1959 batalló en varios frentes: desde la dirección del Museo Arqueológico, al que buscó su sede actual, amplió y dio un impulsó que aún perdura; como consejera provincial de Bellas Artes, parando demoliciones de edificios de interés y promoviendo restauraciones --a propuesta suya se adquirió entero el yacimiento de Medina Azahara-- y con intervenciones arqueológicas en unos 115 solares de la capital, en una época en que las instituciones se desentendían de los problemas de la arquitectura urbana. Y todo ello sin olvidar sus trabajos científicos, libros y artículos. Tan abrumadora tarea se echó encima que, perfeccionista como era, tardó años en pronunciar su discurso de ingreso como numeraria en la Real Academia --44 años después de que lograra tal honor la primera, María Teresa García Moreno-- por no ver el momento de sentarse a elaborar a conciencia el trabajo. La Academia, que dedicará el próximo jueves una sesión en su memoria, saldará con ello parte de la deuda que Córdoba tiene contraída con Ana María Vicent, una mujer valiente.