Nadie le discute a noviembre su difunta asignación de palmatorias. Pero el verano es una continua apelación al lado lúdico del ultramundo. Los escalofríos de las películas de terror ayudan en su literalidad a mitigar los rigores de la canícula. Y un buen fuego de campamento no podía prescindir de una leyenda fúnebre, con el narrador iluminando su mentón con una linterna, y marcando con su infinito tenebrismo los inquietantes silencios del bosque. Antes de encapsular la catarsis en los videojuegos, películas como Viernes 13 preconizaban la virtualización de los temores: el adolescente que se enfrentaba a sus fobias, ya no incursionándose en la selva para ganarse la madurez con el león cazado, sino sosteniendo las palomitas y los párpados en posición de revista, aguardando el inminente fotograma de una sierra mecánica.

El miedo también tiene su corresponsalía en verano. El miedo real y tangible que deambuló hace un año en Barcelona y Cambrils. Allí confluyeron la execrable motivación de unos iluminados, y la posterior instrumentación de ese quebranto que una parte intentó mediatizar suplantando la aflicción del todo. No puede existir equidistancia entre quienes asesinan indiscriminadamente y quienes desvirtualizan el duelo por una pacata causa, decantándose el peso de la ignominia sobre los primeros. Pero ello no puede avocar a una actitud fláccida frente a los que se encabalgan en una falacia continua; aquellos que reparten cañamones de propaganda, con un descaro que no se veía desde que las Mama Chicho anunciaban un inexistente Cacao Maravillao.

El dolor es patrimonio de todos: por solidaridad o por puro egoísmo, porque cualquiera podía verse transitando por Las Ramblas aquella tarde de agosto. Una empatía que no puede empañarse por mezquinas circunstancias: la bicoca de tener a un Rey en primera línea de apoyo a las víctimas, para montarle un croma de abucheos, butifarras y esteladas. Raro es que estos independentistas desencadenados no hayan abundado en un particular juego de la oca, de Felipe V a Felipe VI, para caldear agravios furiosos y recuperar la wija de la Nueva Planta. Se han metido en el frenesí y el sortilegio de que este monarca acaso pudo ser Felipe Igualdad, entendida la algarabía revolucionaria desde su parcialidad, echando pelillos a la mar insignificancias tales como el Estado de Derecho.

Si el procés discurriera en una novela gráfica (el tebeo de toda la vida) no faltarían exaltados próceres de la causa, frunciéndose los nudillos de los dedos e imaginando una impresionante tomatada vectorizada hacia el Borbón. Para su desgracia, Buñol está unas leguas más abajo, y el temple del Jefe del Estado está consiguiendo que a las razones de Estado se superponga el estado de la razón. Algunos simpatizantes de esta deriva secesionista están recuperando la cordura, sabedores de que esta trapisonda continua, que no admite treguas ni en los responsos, puede mostrarse como una sucesión de saturnales, pero no podrá desprenderse de sus termidores y brumarios. Los más lúcidos aún no piensan en los cuarteles de invierno, pero sí que al insistir en ser juez y parte en esta embarrada parcialidad hagan rolar los vientos del victimario. A este paso, quién diría que Felipe II era el verdadero Rey Prudente.

La manifestación del próximo viernes en Barcelona no puede entenderse como un pulso, sino como el deseo de todos los españoles de estar con las víctimas, y representados por nuestro máxima autoridad. Los que murieron aquel trágico día simplemente querían disfrutar de una buena tarde de verano, sin proponerse ejercer de patrias etéreas. Si todo está inventado, las afecciones se alcanzan antes en las condolencias que en los exabruptos.

* Abogado