La memoria la solemos tener cosida a un local de espectáculos, de cine, teatro o baile sobre todo, que las desgracias hay que desecharlas de momento. Por eso no es nada extraña esa pancarta gigante que en sus paredes luce el Gran Teatro y en la que por una parte dice «gracias, querido público por acompañarnos 30 años» y por la otra rotula nombres de artistas que han pisado su escenario. No es que este coliseo tenga esa edad, que lleva más de un siglo construyendo otra vida más agradable desde que abriera sus puertas por primera vez en 1873, pero sí las reabrió en 1986, hace tres décadas. Y no es que la memoria de los cordobeses esté solamente enhebrada a este teatro, que la de algunos de cierta edad puede imaginar aquellas carteleras de cines de verano con las caras de Gina Lollobrígida o Liz Taylor que refrescaban las noches y acaloraban el día. O del Teatro Duque de Rivas, también en el bulevar, junto al antiguo Gobierno Civil, pero al que la piqueta de aquella modernidad que empezaba a destruirlo todo, y que denunció en la revista Triunfo Castilla del Pino, se cargó en 1971. O del Teatro Góngora, también con nombre de ilustre poeta paisano, inaugurado en 1932, cerrado en 1997 y reabierto en 2011, que ofrecía el cine de verano más céntrico de la ciudad en su terraza. Pero ahora el Gran Teatro está recordando que lleva 30 años en el cogollo de Córdoba y cuenta su memoria enfrente del Góngora y en la entrada a su sala de butacas, en el espacio por donde subíamos a aquel gallinero en el que había que tener precauciones cuando éramos chicos. En el cristal de lo que fuera primer centro comercial de Córdoba, Simago, Julio Anguita aparece en un Gran Teatro en obras con un techo abierto por el que entran rayos que parecen provenir de la Divinidad de las alturas, una fotografía que ilustraba una entrevista que le hice en 1983. Era el tiempo en el que en el bulevar todavía había coches, antes de que en su interior aparecieran restos arqueológicos romanos descubiertos por los albañiles que escarbaban un aparcamiento. Cuando Isabel Pantoja era joven y Nureyev y Antonio Molina, que están en la memoria de este teatro, todavía no habían muerto.