Suben de precio los cursos de experto y máster en negociación política, tan huérfanos de alumnos durante décadas en nuestro país. Acostumbrados a la fuerza del rodillo del color que fuere, al dictado de la mayoría, a la permanente confusión entre poder legislativo y ejecutivo, que los cuadros dirigentes de los partidos parlamentarios han cambiado sus clases de cómo burlar al Tribunal de Cuentas sin que se note, y ahora andan a la caza de cursos on line o del tipo «aprenda a negociar en 10 días» para el nuevo escenario que se abre con la investidura del gobierno, al fín, tras el largo parto de este penúltimo capítulo de nuestra democracia.

Se cotizan los gurús de la mediación y se impone la realpolitik o política de la realidad que acuñara Otto von Bismarck: el pragmatismo basado en intereses prácticos y acciones concretas, de acuerdo con las circunstancias actuales del país y su entorno, en lugar de seguir principios filosóficos o retóricos, llega la hora de guardar las banderas de las máximas y proclamas ajenas al pacto y a la concesión mutua. El realismo filosófico y las rebajas-recortes del club de la Unión Europea serán, mucho nos tememos, el nuevo ideario colectivo sobre el que sentar las bases de los acuerdos futuros.

La negociación depende del talante de las personas involucradas, del nivel de participación de los interesados, de una buena comunicación, de la complejidad de los asuntos, del estatus de los negociantes, de su capacidad y habilidad para la persuasión. Tras el ejemplo de la Transición española a la democracia, todo resulta posible. Dicen los expertos que para que sea fecunda y cristalice una buena negociación, es bueno un análisis centrado sobre las causas del problema, saber escuchar y valorar los argumentos de la contraparte desde una actitud dialogante, negar los tabúes y prejuicios que han negado el pan y la sal en tantos momentos de nuestra historia; mantener una cierta flexibilidad que permita llegar al denominador común sobre el que construir el acuerdo, buscar la empatía con el otro analizando el porqué de sus posiciones, restablecer los vínculos personales y fomentar una relación positiva.

Nunca es tarde para el pacto. Bienvenida sea la cultura pactista en nuestro país que sustituya para la siempre al secular frentismo patrio, que con acierto retratara Goya en su Duelo a Garrotazos. En la mayoría de los países de Europa, los gobiernos en coalición y en minoría no constituyen ninguna anomalía del sistema, sino que están incorporados a la normalidad. Y hasta han llegado a consensuar políticas de Estado en materia de competencia territorial, fiscalidad, educación, empleo o relaciones exteriores. Todo un ejemplo que señala un camino nuevo que a todos nos conviene.

* Abogado