Era un tipo que nos descubría el mundo desde sus gafas de miope. Creo haber leído en una ocasión que, cuando decidió lanzarse a contar el mundo, se encargó unas gafas de pasta con los cristales planos, sin graduar, solo por defender su timidez de un entorno demasiado agresivo. Era Manu Leguineche, y dicen que fue uno de los últimos periodistas dignos, sencillos, serios y, sobre todo, independientes. Tan independiente, que no quiso cargos que coartaran su libertad y fundó varias agencias de prensa para salvaguardarla. Yo llegué a él a través de "El camino más corto", donde narró su vuelta al mundo en un Toyota Land Cruiser en compañía de un periodista norteamericano, un suizo y otro más que no recuerdo. Lo he leído varias veces y cada vez que vuelvo a él encuentro sobre todo, además de la aventura y los sueños de juventud, que el mundo es cada vez más feo. Leguineche atravesó territorios en conflicto pero donde aún era posible que un aduanero argelino o egipcio te abriera las puertas y su sonrisa si le regalabas un almanaque del Real Madrid, o donde uno podía sobrevivir en Indochina vendiendo píldoras de cualquier cosa. Leguineche escribió que "no tuvimos una infancia feliz, pero tuvimos Vietnam", una visión de la guerra como posibilidad de cambiarse al menos a uno mismo ya que las guerras no cambian en realidad nada y lo ensucian y destrozan todo. Luego, en "La tribu", se atrevió a desvelar la vida de esa auténtica tribu que forman los periodistas enviados a lugares remotos. Hay que estar hecho de pasión por la libertad y de sueños para ser o leer a Leguineche.

* Profesor