Manchester vive su peor pesadilla. Y las fuerzas de seguridad también en un país en estado de alerta desde hace años. Sufrió su peor atentado terrorista en el 2005, con 52 muertos, perpetrado con explosivos. Ha soportado otros, más recientemente, en los que el arma homicida era un vehículo o un cuchillo. Ahora, en el cometido en el Manchester Arena, los terroristas han vuelto al uso de los explosivos. Lo hemos dicho en otras ocasiones. Los terroristas saben muy bien dónde, cuándo y a quién atacar. No es la primera vez que su carga mortífera se dirige contra lugares de esparcimiento, ya sean salas de concierto (Bataclan), restaurantes (Le Carrillon y Le Petit Cambodge), o las cercanías de un estadio de fútbol, todos ellos en París; discotecas (Reina, en Estambul), o una feria navideña (Berlín). El ocio, la diversión, el entretenimiento son objetivo de los terroristas. La horrible novedad en este brutal atentado es la extrema crueldad de su objetivo, pues iba dirigido a los más jóvenes, a adolescentes, a los hombres y mujeres del futuro. El atentado ha robado la candidez a aquellas personas en las que la sociedad deposita su esperanza de un mañana mejor. Ha segado vidas, demasiadas, pero también ha arrebatado la ingenuidad a unos jóvenes que de repente se han encontrado con la peor manifestación de un mundo adulto deshumanizado. Y con el objetivo de sembrar el miedo, de transmitir a la sociedad occidental que las vidas de lo más preciado, sus hijos, no están a salvo. Contra ese objetivo del terror es contra el que debe movilizarse nuestra sociedad para impedir que el miedo gane la batalla y acabe con los valores de libertad y tolerancia que con tanto esfuerzo se han construido.

Después del brexit, el Reino Unido es hoy un país altamente polarizado. Ha habido reacciones al atentado que son, por decirlo educadamente, repugnantes, incluida la de una columnista del diario Daily Mail que, en sintonía con una oleada de anti-islamismo, reclamaba una «solución final». Pero junto a esta basura perversa y malintencionada hay un Reino Unido cabal y una ciudad, Manchester, que hace gala de gran generosidad ante al dolor causado por esta brutal herida. Es el Manchester de quienes abrían las puertas de su casa a todos quienes huían del atentado, el Manchester de los adultos que agruparon y protegieron a los niños mientras avisaban a sus padres, el Manchester de los taxistas que pasaron la noche haciendo carreras gratis, el Manchester de las largas colas ante los centros de donación de sangre. Y es con estas actitudes, añadidas a una eficaz actuación policial, con las que se puede combatir al terrorismo. El Reino Unido está en plena campaña electoral. La división, la polarización, solo juega a favor de los terroristas y señalaría su acierto al irrumpir con este atentado. Concederles terreno es algo que nadie en el Reino Unido, dentro o fuera de Europa, se puede permitir.