Me llaman de mi pueblo, Villanueva de Córdoba, porque pasado mañana le van a rendir homenaje a un maestro ya jubilado, que cuenta en su haber 87 años vividos, 39 en ejercicio y miles de alumnos que aprendieron en su magisterio la enseñanza básica y la enseñanza de la vida. Para quien quiere aprender siempre hay maestros, y este del que les hablo, Tomás Sánchez Coleto, Don Tomás, fue uno de esos, de tantos, que traspasaron horarios y aulas en el nobilísimo ejercicio de enseñar, educar y pulir a la chiquillería del pueblo.

Este Don Tomás, que comenzó su apostolado en la aldea de Azuel, contribuyó mucho a perfeccionar y afinar los sentidos, educar el oído, pues su pasión por la música le llevó a tenerla como aliada en su magisterio, y eran las canciones la manera de llegar al corazón de los más pequeños y el tocadiscos de su casa particular, donde impartía clases de mecanografía y contabilidad, el descubrimiento para muchos de que había otras músicas además del Manolo Escobar que a todas horas sonaba en la radio de los 60. Dándole al teclado de una olivetti -yo fui alumno suyo de máquina y escribo con los diez dedos, un respeto, para asombro de los nativos digitales cuando me ven teclear- escuché por primera vez la sorprendente música de Pink Floyd que un antiguo alumno le había enviado. Porque antes de la era internet y este acceso a todo, a veces, sin que nos interese nada, la cultura llegaba porque alguien, tal vez un maestro, te prestaba un libro, o un disco, o te llevaba al cine.

Porque alguien te hablaba de otros mundos, que también estaban en este, pero muy lejos de un pequeño pueblo donde había tan poco de todo para la mayoría de los niños cuya diversión era apedrear perros y cazar gorriones. Esa labor de desbravar a los aborígenes la desempeñaron con denuedo y vocación muchos maestros en los pueblos de España, empezando por aquellas misiones pedagógicas de la República, inspiradas por Fernando de los Ríos, que repartían cultura por los rincones más apartados de las ciudades y la modernidad, así como los curas repartían doctrina y miedo a todas horas. Porque la lección del miedo era la que más nos enseñaron y solo con la cultura, la educación y el conocimiento aprendimos a rechazarla. Porque nadie se confunda: la única idea que vale para mejorar cualquier cosa, para que no nos tomen el pelo, para no tragarnos las mentiras que nos dan como verdades está en la educación. El resto son fuegos artificiales. Felicidades, querido maestro; y feliz verano a todos los lectores, porque yo sí disfruto mis vacaciones, mal que le pese a Cifuentes.

* Periodista