A veces las conductas educadas y transigentes no dan buenos resultados, e incluso te toman por tonto. Eso pasa a nivel individual y también con los colectivos sociales. El caso de la reivindicación de la parada del AVE en Los Pedroches es paradigmático y sangrante. Hace más de un lustro que la comarca del norte de Córdoba viene reclamando por activa y pasiva, con buenas formas, una estación de ferrocarril para la mejor accesibilidad con un medio de transporte avanzado; la posibilidad de reactivación económica en diferentes sectores, pudiéndose ofrecer además respuesta a un factor de cohesión del territorio intracomarcal y articulación de mayores relaciones con el entorno circundante. No se trata siquiera de compensar la devastación paisajística efectuada atravesando la región (que fue asumida en términos indolentes), sino la de garantizar un derecho social para quienes ven pasar a diario el AVE y se sienten agraviados, discriminados y relegados a un plano de segunda fila en los medios de trasporte; más allá de la rentabilidad económica, que aquí no debe ser el argumento discriminativo. La mayor gravedad del asunto descansa en la incapacidad de los políticos para ofrecer una solución definitiva, ni antes ni después. Los pedrocheños hemos podido vivir en nuestras carnes una y otra vez las falsas promesas y engaños deliberados, las triquiñuelas impresentables de unos y otros partidos en los gobiernos y en la oposición; los aprovechamientos electorales y los desvergonzados incumplimientos.

Es para ruborizarse (si se tuviera vergüenza, que no es el caso) la nómina de políticos que están grabados para la historia ofreciendo y confirmando mentiras, plazos y promesas. La comarca entera se ha levantado como nunca en reiteradas ocasiones para forzarles a actuar, pero una y otra vez se ha visto abocada a los desengaños y frustraciones. Los políticos saben bien las limitaciones que tiene la gente de buena fe, de la falta de memoria (desgraciadamente) y de la facilidad de volver a conquistar sus corazones con nuevas inventivas edulcoradas con pieles de cordero y manipulaciones descarnadas. Las sucesivas tretas --alargadas en el tiempo hasta la infinidad de la paciencia-- realizando carretera de acceso, obras de estación, infraestructuras diversas, etcétera, solamente nos confirman su auténtico desinterés, su pusilanimidad, desidia e incompetencia. Siempre existirán excusas de pacotilla para la conclusión de la obra: pues no faltarán trabas burocráticas o consideraciones de que no son tiempos de sobras de dinero; o culpabilidades arrojadizas entre unos y otros con idéntica deshonestidad y falta de ética. Igualmente cuentan con la inexistencia sempiterna de responsabilidades personales; ni las administraciones implicadas (varias) son fáciles de azuzar además de resultar completamente escurridizas. La disparidad de criterios y obligaciones más bien les sirven de parapeto para escudar sus indecencias.

Ante tanta indefensión y embuste no resulta extraño que la población se encuentre desmotivada y desvalida, pues sabe de cierto que no existen cauces razonables para que la Estación concluya de una vez. Solamente queda seguir luchando de forma infructuosa en esta contienda descorazonadora y agónica; levantándose para afirmar su dignidad y desazón ante quienes no tienen la vergüenza de entender que las cuestiones públicas se deberían resolver satisfactoriamente sin abusar de la bondad del pueblo.

*Doctor por la Universidad de

Salamanca