Regresamos a Lorca como a una plenitud, una playa dorada en su extensión de torsos macerados de sol. Cada uno puede edificar su propia construcción de García Lorca, la realidad y el mito, el mapa de una obra interminable en su interpretación: desde el nuevo simbolismo y la sensorialidad del discurso en el Romancero gitano, esa plasticidad de las voces despiertas en la sensualidad originaria como un conocimiento de la vida, hasta el fuego profético de Poeta en Nueva York, con los negros de Harlem en el friso del tiempo, nuestro viejo Walt Whitman y esa descripción del crack del 29 que tomó el pulso visionario y místico, transversal y telúrico, a lo que sería el Nueva York el 11-S, con los cuerpos fugaces delineando el silencio, arrojados al hondo vacío del rascacielos, entre las cenizas del mundo que nunca llegó a ser. En fin, no digo nada nuevo si aseguro que Federico García Lorca es un sistema propio, su ritmo planetario con satélites llenos y brillantes que se van sucediendo en su renovación. Porque si hablamos de su teatro, y lo unimos con Valle, ahí tenemos el germen medular de la gran tradición del siglo veinte, que nos toca en los labios, todavía en 2016, cuando se cumplen 80 años de su asesinato: porque la condición femenina, que como tal existe y ha existido, cultural y biológicamente, coges Yerma y Bodas de sangre, y ahí está todo. Luego, si hablamos del teatro a otro nivel, como replanteamiento del mito, con su futuro a cuestas, tienes El público y tienes Samuel Becket, y cuanto vendrá a partir de él. O sea, Lorca como guía del porvenir difuso, que ya marcaba una ruta interna y misteriosa en la plasticidad de sus imágenes, poesía, poesía, poesía en sus dibujos y en sus conferencias, Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre, poesía en su manera de colonizar su región de conflictos del hombre y la mujer al encuentro de la felicidad.

Son, seguramente, nuestros cuatro fantásticos del siglo: Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Federico García Lorca. A partir de ahí hemos tenido muy buenos escritores, dramaturgos, poetas y filósofos, pero estos cuatro mundos nos habitan y nos colonizan, son nuestra frontera con la edad que vamos arrastrando con nosotros, una especie de respiración cada vez más honda de la vida. Claro, hablamos de gigantes. Pero también pienso en Federico García Lorca, tengo que pensar, como un hombre que quiso ser feliz, que aparece en tantas y tantas fotografías con la expresión total de una sonrisa, la de ese Lorca niño que amanecía riendo, que cantaba en las fiestas improvisando nuevas letras sobre el piano, ese viejo Lorca adolescente que escribía de la muerte y soñaba en la vida, se acostaba con ella y la abrazaba como una piel interna sin latido, una revelación de la intensidad potente de sentir, de escribir y vivir con el balcón abierto, con los brazos y con la sonrisa abierta.

Parece ser que en Argentina se conservan algunos rollos de cera con la voz grabada de García Lorca. He tenido la suerte de poder hablar con algunas personas que lo trataron, sobre todo en la época de La Barraca, y parece ser que su voz era una fiesta. Este año, el del 80 aniversario de su asesinato, reclamo mi derecho a pensar en él como en el hombre de 38 años con el que me habría gustado brindar y cantar, tomar unos rones bajo el sol candeal de La Habana o salir a la terraza de la Residencia de Estudiantes para mirar la luna de Madrid. Como sabe bien el poeta cordobés José Daniel García, es llegar a la Residencia y Lorca es lo primero que te asalta, más una presencia que un espíritu, una manera de acodarse en la barra con el corbatín recto, una alegría de dedos bailantes por las teclas del piano. Más allá de su asesinato por la España inmoral, con su grito siniestro de Caín, hoy pienso en García Lorca como un tipo dos años más joven que yo, con sus dudas y su respiración ante el viento más duro arrasando un país.

Sólo hay que ver sus fotos: ante todo era un hombre que quería ser feliz. Al final, la sabiduría consiste en vivir y en dejar vivir, seas homosexual, lesbiana, bisexual, heterosexual o transexual. Pero como nos recuerdan las palabras del obispo de Córdoba, los mismos odios siguen vivos en las mismas cabezas, siempre preocupadas, siempre hirvientes, siempre embravecidas por la intimidad ajena. Que nos dejen en paz. Lorca, poeta maldito, escribió Umbral. Lorca, poeta gay en los maravillosos Sonetos del amor oscuro. Lorca, hombre. Lorca amigo. Lorca, bomba atómica de la modernidad.

* Escritor