Conocimos a primeros de este mes de agosto que el IPC cayó un 0,3% en julio y vuelve a tasas negativas. Y nos dice el Instituto Nacional de Estadística que esto ha sucedido por tercera vez en los últimos diez meses. El 'fantasma' de la deflación nos acecha. Pero seamos sensatos, la deflación no es mala ni buena... es solo un termómetro.

En esto de los precios, rige fundamentalmente la ley de la oferta y la demanda, aunque hay salvedades. Cuando un producto es muy demandado sube su precio y cuando no es así, baja. Es un mercado, para que me entiendan, como el de las bolsas de valores (las acciones que más se demandan aumentan de valor y las que menos, descienden). Ese mercado es así, aunque la especulación sobre los porqués le añade un ingrediente que no tiene, por ejemplo, un kilo de patatas. El cómputo global de los precios de una serie de productos se reúne en una cesta, que llamamos Indice de Precios al Consumo, el famoso IPC, que orienta sobre la conducta en general. Si aumenta, lo llamamos inflación y si baja, deflación. La inflación y la deflación, por tanto y en principio, no son ni buenas ni malas, simplemente orientan sobre las preferencias de los ciudadanos en un mercado libre. Sin embargo, a los gobiernos endeudados les preocupa la deflación porque les obliga al mismo ajuste que ya han hecho los ciudadanos.

Otra cosa es cuando el presidente del Banco Central Europeo (BCE) Mario Draghi, sin ir más lejos, empieza a hablar de la inflación o deflación como un instrumento de la política monetaria del BCE. ¿Qué pasa entonces? Que el dato se incorpora como una variable más que interfiere en el crecimiento de la economía. Se convierte así en un objeto, no de deseo, sino de control. Si los precios suben, la gente consume menos y la actividad decrece. Y al revés, si los precios bajan, el personal se anima, sale a cenar por la noche, viaja con más frecuencia y no le importa darse un homenaje.

Llegados a este punto, este verano he tenido la oportunidad de escuchar a Rubén Manso Olivar hablar sobre la crisis económica sin pelos en la lengua ¡qué placer! Para quien no lo sepa, Rubén Manso es doctor en Economía y ex-inspector del Banco de España, entre otras cosas. Dio muchas claves para entender cómo funciona nuestro sistema, pero lo mejor fue su afirmación de que el Estado y la banca son socios. Así, dijo textualmente que "En la Edad Media, el banquero que quebraba lo pagaba con la horca"; "En el siglo XXI, el banquero no quiebra, se le reponen las pérdidas"; "Deberíamos haber dejado que quebraran los bancos" y sobre todo "Hay grupos sociales que no tienen que asumir las consecuencias de sus actos". ¡Genial!

E hizo más consideraciones. La primera, que lo peor de las actuaciones de los bancos centrales como el BCE es que, mediante su política monetaria, pretenden abaratar, por ejemplo, el coste de la energía (porque es peligroso que se dispare), cuando su movimiento libre incentivaría más que ninguna otra cosa la búsqueda de alternativas para solucionar la escasez con investigación y desarrollo.

La segunda, más importante, que inflación y deflación prueban el ajuste que experimenta una economía. En el caso español está muy claro. Los salarios han bajado y eso tiene una consecuencia directa en los precios, que bajan. Y si a eso añadimos el problema de la alta tasa de paro, la conclusión es bastante obvia: lo que se haya de comprar hay que comprarlo más barato. Por eso, dice, el sector público debe adelgazar por la misma razón que el ciudadano, que gana menos o está en el paro, necesita comprar más barato.

La tercera y última que le oí, es preguntarse cómo se puede pretender que esa tendencia en los precios (deflación) se invierta con algo tan sibilino como que la gente consuma más facilitando el crédito. Dice Manso: "Pretender aumentar el consumo con crédito, elimina la deflación, pero no es el problema. La riqueza no es el dinero sino la producción y el intercambio". ¡Qué claridad!

Dicho lo cual, la explicación es bastante simple. ¿Por qué les aterra a los gobiernos --sobre todo si están endeudados-- o al BCE? Porque van a reducir sus ingresos, o lo que es lo mismo: van a recaudar menos impuestos por la caída del consumo. La cuadratura del círculo está completada: nos lleva lisa y llanamente a que los gobiernos lo que no quieren, precisamente, es "ajustarse", como han tenido que hacer sus ciudadanos. No quieren que el sector público haga lo propio: gastar menos, sobre todo cuando ha aumentado, como en el caso español, el valor de la deuda.

El problema y la solución van por ahí, no se engañen.

* Presidente de la Confederación de Empresarios de Córdoba, CECO