ADonald Trump, como a una buena parte de los estadounidenses, le interesa muy poco Europa en general -si acaso, ya se sabe, el glamur francés, la pasta italiana o, en su caso, por herencia, el poder alemán-, pero ni conoce ni le importa prácticamente nada la UE. Si acaso, le molestan las normas medioambientales de la UE -por las pegas que le pusieron para construir un macrocomplejo urbanístico en Irlanda-, le fastidia ver Mercedes-Benz aparcados en la Quinta Avenida y no ver Chevrolets en las calles alemanas, y le es indiferente lo que pase con el euro. Ese es el panorama. Todo esto sacado de su primera entrevista tras las elecciones con un medio europeo, The Times. No es un ideólogo, ni mucho menos. Como él mismo afirma, es un pragmático.

Si los líderes europeos son capaces de poner el pragmatismo por encima de cualquier otra consideración al tratar con él la ingente cantidad de asuntos que conlleva la relación transatlántica, podrá haber un futuro útil para esta. Aunque no será fácil, porque si hay un aspecto del que los europeístas han hecho tradicionalmente gala -al menos teórica, no siempre práctica- es el de la supremacía de sus valores. ¿Dónde van a quedar -del lado americano- la defensa de los derechos humanos, de la democracia, del libre comercio, de la igualdad?

Desde el pasado aciago 8 de noviembre son muchas las voces que vienen -que venimos- clamando por «el momento de Europa». Ahora, cuando los pilares del llamado orden occidental parecen más frágiles que nunca, en un mundo aparentemente más hostil e incierto, la UE debería dar un paso al frente y erigirse en adalid de las libertades y los derechos universales. Es más, en su propio estado de debilidad -fragmentación, populismo, brexit...- debería reunir fuerzas para levantarse y demostrar con la palabra y con los hechos que el proyecto europeo merece la pena no solo cara al pasado -el mayor periodo de paz y prosperidad de la historia- sino sobre todo cara al futuro.

No parece sencillo. La llegada de Trump a la Casa Blanca coincide con un año electoral especialmente complicado en Europa -con citas críticas en Francia, Alemania y Holanda- y con un percibido vacío de liderazgo en el frente comunitario. Pero también lo es que una de las ventajas de la burocrática Europa es que tiene una maquinaria muy potente y que funciona. No basta con esperar a ver por dónde respira el nuevo presidente norteamericano. Es hora de que los líderes de las instituciones europeas asuman un papel más decidido y empiecen a organizar escenarios posibles para afrontar ya sea una mayor autonomía de su defensa, el refuerzo de pactos comerciales con otras regiones para compensar un probable neoproteccionismo o qué hacer con Irán si EEUU revoca el acuerdo nuclear..., por citar solo algunos ejemplos.

Los próximos meses se presentan inciertos, sí, como siempre lo es el futuro. Pero los europeos tenemos los recursos y las capacidades para poder tomar las riendas, sin que tengan que ser otros los que lo determinen. Solo hay que creérselo.

* Directora de Esglobal