Su hijo no es Messi. Entre otras cosas porque si su hijo fuese Messi, ahora mismo estaría en el Barcelona, y está en el equipo de su colegio, o de su barrio. Lo entrena Pepe, Borja o Marcos, no Luis Enrique. Aun así, usted cree que su hijo es Messi. Y hay algo peor: le ha hecho pensar que lo es. Ha acudido a ver sus entrenamientos, indicándole qué debe hacer. Se ha desgañitado en la banda mientras el pequeño Messi jugaba un partido irrelevante. Como si Pepe, Borja o Marcos no supiesen que a su Messi le va a llamar el Barcelona.

Le diré algo. Quizá esos entrenadores le han enseñado a su hijo algo que usted nunca va a enseñar, porque no los tiene: valores. Usted no sabe que esa hora y media de juego puede ser su mejor momento del día. Desconoce que perseguir ese balón en su infancia no ha logrado que esté en el Real Madrid, pero sí ha conseguido que supiese ganar, perder, valorarse y superarse. No ha pensado que aunque su hijo no va a llegar a Champions, va a levantar a su compañero cuando falle o le va a dar la mano al árbitro tras el partido. No sabe lo que es el fútbol.

Usted es una referencia para su pequeña estrella, alguien que va a sonreír cuando vea esa personita corriendo hacia su dirección para dedicarle un gol. Pues ahora piense, si tiene esa capacidad, lo que siente su hijo cuando le ve salir al campo como un animal intentando alcanzar al árbitro. Imagínese los ojos de un chaval de 12 años que ve a su referente, a esa persona que le ha enseñado todo, enzarzarse en una pelea con un padre del equipo rival. La peor parte no es lo que un padre como usted haga, es que su hijo va a crecer aprendiendo que se puede insultar al árbitro, a un compañero o a un rival, que se puede pegar a cualquier aficionado, o incluso se puede faltar el respeto a un entrenador. Y llegará a categorías superiores cometiendo las mismas barbaries. No invento nada, se ve cada fin de semana.

De personas como usted está lleno este país y este deporte. Y a todos debería darles vergüenza que sus hijos les digan «papá, me han castigado sin fútbol por tu culpa». A mis 16 años he visto en los campos más de lo que se puede imaginar, y solo le pido que no vuelva a pisar uno de ellos, que enseñe a su hijo a disfrutar del deporte y que se entere, por fin, de que el fútbol no va a convertir a su hijo en futbolista, sino en persona, que es mucho más que eso.

(*) Juan Junquera Martínez. Estudiante y futbolista

Gijón (Asturias)