Estaba yo aletargado en esta campaña electoral, como digiriendo el festín de la anterior cual cocodrilo que se ha zampado un ñú en las aguas del río Mara, cuando hete aquí que cambié de canal televisivo y se me pasó el sopor. En el noticiero se informaba que Pablo Iglesias consideraba a Rodríguez Zapatero como el mejor presidente de nuestra democracia. Busqué confirmar la información y era cierto: Iglesias valoraba así al expresidente del PSOE, le tenía en gran estima y en ocasiones le había consultado asuntillos políticos. Era sorprendente que Iglesias metiera en la campaña electoral y se apropiara de este hombre, que es miembro de un partido rival en declive. Yo siempre he pensado eso: que ZP había sido un buen presidente y que a la derecha se le atragantó perder en 2004 unas elecciones que creía tener ganadas (en vano trataron de zafarse de su error de apoyar la guerra de Irak) y le persiguió ad hominen en una de las rabietas más injustas que se conocen de una oposición democrática. Durante años en este país se vivió lo que se denominó 'guerracivilismo' y defender a Zapatero o atacarlo podía provocar un alboroto casi preludio de un tiroteo. Yo perdí a un par de amigos en esta batalla.

¿De qué le acusaban los del PP a Zapatero? Conviene recordarlo. En primer lugar, de haberse aprovechado del atentado islamista del 11M para cambiar la tendencia de voto. Luego, de aplicar políticas keynesianas para salir de la crisis porque los del PP tenían su propia alternativa neoliberal de recortes cuyas consecuencias padecemos a diario y tenían prisa por privatizar y mangonear. Le acusaban porque se resistía a hacer lo que ellos querían hacer. Y ya, cuando Rajoy tomó el poder en 2011 en claro fraude electoral (hizo lo contrario de lo que prometió), le acusaron hasta la saciedad de la herencia que había dejado, sin darse cuenta que estaban justificando así la miseria de sus propias políticas.

Más allá de su inclusión en el martirologio laico, no fue ZP un presidente perfecto no obstante: con el apoyo del PP, modificó la Constitución en el Art. 135 sobre el control del déficit público y aplicó, tras un tirón de orejas de una realpolitik vergonzante, los recortes que le impuso Bruselas. Yo que él hubiera dimitido. Pero no fue el causante de la crisis que le cayó entre sus cejas circunflejas --y yo diría que perplejas-- como un obús. Hoy nadie parece recordar que la causa fue --y es-- una crisis sistémica de tal envergadura que la disyuntiva es si reformar o refundar el capitalismo porque nadie se atreve a enterrarlo en el basurero de la historia. Ni siquiera Pablo Iglesias, como lo demuestra el elogio a Rodríguez Zapatero y el enfado de algunos dirigentes del PSOE que temen que Iglesias se les cuele como zorro en gallinero por la socialdemocracia tibia, elegante, cívica, buena, (que bueno era Zapatero en el buen sentido de la palabra, que diría Machado, y no en el de ¡Bueno es Rajoy!, que es como decir que es malo).

Ricardo Crespo es comentarista político.