Las comparecencias de Rajoy y Saenz de Santamaria el 1-O han sido muy elocuentes. Los dos en ese momento representaban a nuestro Estado de Derecho, nuestra Constitución y por ende nuestra democracia. Todos esperábamos en esas palabras oficiales contundencia. Por supuesto, contundencia democrática. Los que vivimos aquel 23-F que ahora nos trae algunas reminiscencias, aún recordamos la comparecencia del Rey Juan Carlos I. Hubo algo que dijo que ahora resuena con un eco casi febril, de pesadilla: «He ordenado (...) que tomen las medidas necesarias para mantener el orden constitucional, dentro de la legalidad vigente». En las comparecencias del 1-O nadie habló de tomar medidas de facto para mantener estos valores sacrosantos de nuestra democracia. Por el contrario, hubo llamadas al sentido común, al no mantenello y enmendallo, como si de una reprimenda condescendiente se tratara, cuando lo que tenemos ante nosotros son a unos golpistas de tomo y lomo. Técnicamente, un golpe de estado es la toma del poder político generalmente por fuerzas militares o rebeldes, vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado. En este caso ha sido la subversión de poder político democrático para constituirlo en rebeldía. Los españoles que han sacado las banderas españolas constitucionales a la calle no solo han reivindicado nuestra patria y democracia, sino que lleva implícito ese paso adelante, esa quiebra de la cobardía ante los enemigos de España, su constitución y la democracia. Hay también un sentimiento de impotencia del que sufre aquello de que el mal vence cuando los hombres buenos no hacen nada. Pero el efecto bola de nieve que caracteriza al mal sigue avanzando. Ahora los que ha asestado un golpe de estado a España, pretenden declarar el estado de independencia. La situación la hemos dejado llegar tan lejos que ahora solo queda aplicar la Ley de Seguridad Nacional. Lo demás es hincar a una democracia de rodillas que no es otra cosa que perder nuestra dignidad patria y democrática.

* Mediador y coach