En los tiempos que corren de digitalización máxima y con un futuro en el que cada vez se otorga menos trascendencia al papel, parece chocante que para resolver el gran problema que acucia nuestro futuro como nación se haya recurrido al género epistolar, eso que conocemos como carta. Aun en desuso, nadie puede poner en duda su importancia, así como la gran cantidad de posibles temas, propósitos y estilos que van a depender del autor y para quien lo más importante será contar con un destinatario al que sus letras convenzan, llegando a conseguir como respuesta otra carta, como mínimo, a la altura de la suya.

Desde Cicerón, padre del genero epistolar, ha llovido mucho, pero parece que cada vez peor a la vista de las escasas y vacuas cartas actuales, en las que hemos olvidado la belleza y trascendencia del género epistolar, pues ahora basta con «yo te digo una cosa» y «tú me contestas lo que te da la gana» y si no pregunten a la pareja Rajoy-Puigdemont.

Desde mi celda de Becquer, Lady Susan de Jaen Austen, las Cartas Marruecas de Cadalso o Cartas Escogidas de William Faulkner, por poner algunos ejemplos, cultivan magistralmente un género en el que el autor en primera o tercera persona se dirige a alguien con un mensaje concreto con la esperanza de que le llegue, cale y reaccione. Y qué decir de aquellas primeras cartas de San Pablo a los Corintios que tantas bodas han alimentado al hablar magistralmente del amor, pero del amor de verdad, ese que todo lo disculpa y todo lo soporta; o aquellas cartas de juventud durante los veranos con boli y papel en mano destinadas al amor de nuestra vida, o al amigo al que confesábamos el primer beso robado de aquella noche de luna llena. Estan, como no, las cartas de cada año a los Reyes Magos, en las que había que convencerlos si queríamos obtener el deseado regalo; y la Carta de los Derechos Humanos o la Carta Astral y hasta la de los Cien Montaditos.

En fin, que el problema de la relación epistolar es cuando el que escribe lo hace de manera poco clara y a un destinatario que no se reconoce como tal y que cuando esté le conteste, si lo hace, lo haga por los «cerros de Úbeda» y así sucesivamente, entrando en el bucle epistolar que solo se corta con otro género: el rotundo comunicado sin más.

* Abogada