París vuelve a ser noticia por la Cumbre del Cambio Climático, una cita en la que la humanidad se juega sus cuartos. Pero, por favor, no vean este encuentro como otra coña de ecologistas que tocan la batucada y se hacen veganos. Este es un asunto lo suficientemente inquietante para observarlo, sin entrar en pánico, con una ejerciente responsabilidad.

Jared Diamond publicó la década pasada un libro que de alguna manera se centra en el morbo de la destrucción de las civilizaciones. En Colapso describe el apagón de alguna de las más míticas, como el caso de los Moais de la Isla de Pascua, que quedaron huérfanos e ignotos en el más recóndito rincón del Pacífico. Pero más crítica fue la situación de Copar, el epicentro de la civilización maya, que entre el 700 y el 800 de nuestra era alcanzó su mayor esplendor. Aquí no hubo una suave decadencia, pues se pasó del perfeccionismo de los bajorrelieves de sus glifos a unas pirámides deglutidas por la selva, para mayor gloria de aventureros y exploradores. La conjunción fue devastadora: una latitud propicia para las sequías; un suelo kárstico donde el agua almacenada en los cenotes podía aliviar momentáneamente la demanda de la población, pero no sostener un estiaje que en alguna ocasión casi duró tres décadas; una presión demográfica creciente que obliga a deforestar más hectáreas de bosque que, una vez desbrozado ocultaba un suelo pobre para el cultivo y la regeneración; o unas castas bien estratificadas, que hacían recaer la mayoría de los trabajos forzados sobre la inmensa mayoría de la población, lo cual, ante las hambrunas propició las revueltas.

Desde el año 776, año en el que se data la estela en el que aparecen tallados los primeros 16 reyes de Copán, hasta la reducción a una décima parte de la población o la desaparición de las herramientas de obsidiana, transcurrieron muy pocos años. Cito a propio Diamond: "Cuando se detecta un problema, los que detentan el poder pueden intentar no solucionarlo debido a un conflicto entre sus intereses a corto plazo y los intereses del resto de nosotros".

Pero Yucatanes al margen, hay otras lanzadas para no considerar esta Cumbre una milonga. Entre 1919 y 1923, los investigadores creían que el alcohol etílico sería el sustituto del petróleo. Hasta Henry Ford estaba convencido de esta alternativa. Pero surgió un conflicto entre el etanol o alcohol etílico y la gasolina con plomo denominada Ethyl. El argumento pujante para la gasolina con plomo fue la capacidad de antidetonación --u octanaje-- de esa mezcla, cuando el alcohol etílico ya había mostrado su cualidad antiexplosiva. La realidad fue más prosaica: la titularidad de la marca Ethyl por parte de industrias petrolíferas y la firma automovilísticas General Motors. Hay que aguardar a 1962 para que GM se desprenda de su parte de accionariado en esa empresa para que masculle su alejamiento de una sustancia altamente contaminante. En 1970, en un asordinado mea culpa, GM anuncia su intención de fabricar coches que consuman gasolina sin plomo.

El movimiento ecologista quiere que la Cumbre de París expida el certificado de defunción de una era basada en los combustibles fósiles. Largo me lo fiais, pero en esa contención en no más de dos grados del aumento de su temperatura está la propia supervivencia de este planeta.

* Abogado