Hay que abrir las fosas para cerrar el olvido. Solo así se puede construir una memoria común: entre la compasión y la justicia. No podemos continuar hablando de la guerra civil y de la represión franquista como si todavía estuviéramos en 1936, posicionándonos unos contra otros, como si no hubieran pasado 81 años, porque necesitamos un relato común para seguir viviendo. Alguien me dirá entonces --no alguien: mucha gente-- que para qué vamos a abrir ahora las fosas, que eso es reabrir heridas; otros --no pocos-- aducirán que entonces tendríamos que honrar también a las víctimas del otro lado, a los caídos y a los asesinados por el bando republicano, por ese terror rojo bajo la retaguardia de checas y comisarios políticos. Creo que reabrir heridas es mantener ciertas actitudes muy españolas, de confrontación cetrina, de crispación calórica, a la menor ocasión. Estar dispuesto a lincharnos entre noso porque nos guste -o no- la Semana Santa, por ejemplo. Eso es reabrir heridas, y echarles dentro sal. Pero el derecho legítimo de los descendientes, sean hijos o nietos, a identificar y dar sepultura a los restos de los padres, los abuelos o los bisabuelos, entra en una esfera tan íntima de la persona que solo puede merecer el más absoluto de los respetos. Es, además, una cuestión plena de justicia. Y las administraciones públicas, entre otras cosas, están para ser justas con sus ciudadanos, y también compasivas. Las otras víctimas, es cierto, también merecen respeto: pero fueron veneradas durante los siguientes 39 años de dictadura, y muchos de sus nombres permanecen inscritos en las losas de muchas iglesias españolas. La decisión de la Dirección General de la Memoria de la Junta, de exhumar las dos fosas comunes de San Rafael y La Salud, con más de 4.000 víctimas asesinadas en Córdoba, no puede ser más justa. Salvajadas cruentas se cometieron por parte de ambos bandos. Que el dolor permanezca debajo de la tierra, con su nombre en las lápidas.

* Escritor