A un ritmo mucho más lento del que le demanda la sociedad y de lo que sería deseable, la banda terrorista ETA va desapareciendo de la escena. Quedan para siempre en la retina sus crímenes, repartidos prácticamente por toda la geografía española, por los que los culpables siguen pagando en la cárcel. De una manera algo estrambótica, lo que queda de la dirección de ETA ha anunciado a través de las páginas del diario francés Le Monde que entregará sus armas antes del próximo 8 de abril. Lo hará comunicando la ubicación de los zulos que tiene dispersos por diferentes puntos estratégicos a dirigentes aberzales y representantes de la sociedad civil del sur de Francia. Cerrará así la segunda fase de lo que debe ser su final definitivo. Si en el 2011 anunció el cese de la violencia, que se mantiene hasta nuestros días sin atisbos desde entonces de que se pudiese haber roto esa situación, ahora destruye sus arsenales y solo le quedará disolverse definitivamente como le exigió ayer el presidente del Gobierno.

El mérito de este final con sabor de amarga victoria es coral. Ha sido posible gracias al sacrificio de quienes dieron su vida plantando cara al terrorismo y a sus familiares que nunca quisieron cambiar su dolor por la cesión ante el chantaje al que pretendían someter a la sociedad los terroristas. Gracias a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que de manera inexorable fueron dando golpes a la estructura operativa de ETA y aislando su red de complicidades en la sociedad vasca. Gracias también a los sucesivos gobiernos que en cada momento combinaron la firmeza policial con la acción política. Si a José Luis Rodríguez Zapatero le tocó negociar hasta el fin de la violencia a Mariano Rajoy le ha tocado mantenerse firme en la exigencia a la banda de un desarme y en tratar el asunto de los presos de manera individualizada y vinculada al arrepentimiento. Y en este punto hay que mencionar también a una parte de la izquierda aberzale que mucho más tarde de lo que era exigible democráticamente y cuando la banda ya estaba acorralada policialmente entendió que sus ideas solo podrían sobrevivir en la esfera de la política, y, aunque no en todos los casos, mostraron su rechazo a la violencia durante años mantenida.

No hay nada que agradecer a ETA ni nada que ofrecer a sus miembros que no sea la acción de la justicia y el cumplimiento de la ley. Pero sí que debemos alegrarnos y felicitarnos de haber llegado finalmente a este punto final que parece ser casi definitivo, que pasa página a uno de los peores episodios de la historia de España. Ello no quiere decir olvidar ni a las víctimas ni al dolor de sus familiares sino simplemente aprender de los errores y de las debilidades para que nada de esto se vuelva a repetir. La violencia no puede tener jamás justificación simplemente porque es lo contrario de la política; o sea, del diálogo y del acuerdo.