Que universitarios nieguen el saludo a un ministro en protesta contra una reforma educativa demuestra que hace falta una reforma ídem. En su renuncia al Premio Nobel Jean Paul Sartre tuvo la delicadeza de anunciar con antelación al comité sueco que, si se lo concedían, lo iba a rechazar. Les avisaba porque su no aceptación sería una descortesía que no querría cometer con alguien que había tenido la gentileza de dárselo. Y es que lo cortés no quita lo valiente. La protesta de los estudiantes, comparta o no uno sus razones, es completamente legítima. No así la falta de respeto. Lo correcto hubiese sido, por ejemplo y tras saludar como marcan las reglas de educación, una actuación contundente tipo romper ante las cámaras el certificado, donar la cantidad a una oenegé o quemarse a lo bonzo.

Además, dichas acciones hubiesen tenido algo esencial en una protesta: el coste personal. Sartre no sólo renunció al Premio sino también a la dotación económica. Pero nos estamos acostumbrando a brindis al sol que no tienen valor moral porque no suponen un sacrificio material. Un ejemplo de protesta moral lo protagonizó un capitán del ejército inglés que arrojó al Támesis la corona de flores que había colocado Ribbentrop ante la tumba del soldado desconocido inglés. Pero lo que da grandeza cívica a la protesta del oficial británico es que inmediatamente después de perpetrar su desaire al gerifalte nazi, se presentó ante la policía para autodenunciarse. La libertad de expresión no ampara el insulto y tampoco la descortesía. Más bien, la comunicación libre de las ideas. Pero las ideas no son respetables sino discutibles. Son las personas las que son respetables. Seguramente, no hay nadie en este país tan en contra, y con tan buenas razones, de la reforma de Wert que su seguro servidor. Pero jamás se me ocurriría faltarle al respeto negándole la mano o interrumpiendo una conferencia suya. En todo caso, mientras le diese la mano, se la sujetaría un poco más de lo socialmente convenido para exponerle sucintamente las razones de mi disenso.

Detrás de estos actos de desconsideración hacia Wert se encuentra un intento de deslegitimación del Partido Popular, de levantar un "cordón sanitario" a su alrededor. Como si estuviesen apestados democráticamente. Durante los Juegos Olímpicos de Londres se recomendaba a los atletas no estrecharse la mano para evitar contagios. Pero, como decía la delegación estadounidense, la recomendación era un poco extrema y abrazar el espíritu olímpico implicaba conocer, saludar e interactuar con atletas de diferentes nacionalidades, tanto como fuese posible. Se ve que algunos pasan por la Universidad pero el espíritu universitario no llega a cuajar en ellos... El PP tiene mayoría absoluta porque más de diez millones de españoles le dieron su apoyo. Y en las encuestas sigue estando en primera posición. Además, si hay una ley que seguramente cuenta con el apoyo de la mayoría electoral conservadora es la Lomce. Por ello, le pondría mil y una pegas al contenido de la ley educativa de Wert pero ni un "pero" a su legitimidad democrática. Las protestas populares son también legítimas pero su dirección es difusa y cuando se concreten en planteamientos específicos veremos en lo que quedan. Las apelaciones populistas son demagógicas y llevan de cabeza a regímenes plebiscitarios. Vale más monarquía constitucional en mano que república bananera volando.