Yo soy el Tuta", te dice después de explicarte cómo salir de la plaza ochavada y buscar el camino de vuelta hasta el IES Vicente Núñez. Antonio López se llama y está jubilado, pero no deja de merodear por su bar y atiende con exquisita amabilidad a quien va en busca del alma del poeta. Sin pedírselo, saca de una caja los libros de firmas de ilustres visitantes, pasa las páginas con orgullo, es como desnudar a los ojos del visitante su vida detrás de la barra, enfrente siempre del poeta. Y te invita a firmar también, te encuentra un hueco entre los ilustres, da igual el orden cronológico y que no seas ilustre. El Tuta vive al poeta como el poeta mismo, te cuenta de Vicente Núñez, de lo que hacía, dónde se sentaba en invierno y en verano siempre ante un medio, siempre ante una cuartilla o un libro, o ante nada mirando la vida pasar, charlando con todos, preguntándole a todos, viviendo la plaza a la que convirtió en su otra casa. Le escribo en su libro que él podría haber sido el doctor Watson del poeta Sherlock si es que la poesía fuera ciencia de desentrañamiento en común de enigmas y no filosofía de desentrañamiento personal e intransferible de la realidad y el ser humano. Ya quisieran muchos pueblos haber tenido un Vicente Núñez, ya quisieran muchos pueblos tener ayuntamientos y fundaciones que mimaran y enaltecieran de este modo a sus poetas, ya quisieran muchas plazas tener bares como el del Tuta, y ya quisiera el paisanaje de muchos pueblos contar entre sus vecinos a personas como El Tuta mismo, con sus años de sonrisa, afabilidad, acogimiento, cariño.