Expomiel cumple estos días veintidós años exhibiendo la dulzura curativa de la miel en el Palacio de la Merced. Asistí a esta muestra cuando iniciaba su andadura, a finales del siglo pasado, de la mano de Lorenzo Ruiz. Distribuía entonces su tiempo como guardia municipal de Montoro y como apicultor artesano. Me hablaba con entusiasmo de esa maravilla de la naturaleza, las abejas obreras, que cuidan de la reina, mantienen la colmena limpia y hacen panales de cera. El poeta romano Publico Virgilio ya dedicó en las Geórgicas sus mejores alabanzas a la apicultura. En mi desayuno diario cae lenta la miel sobre el aceite de oliva que empapa el pan de hogaza. Una mezcla que para algunos resultara extraña --a mí lo que me resulta extraño es la moda de pan con tomate-- pero no lo es con aceite si nos remontamos a la más remota antigüedad. Se dice que las primeras abejas aparecieron en la isla de Creta, al igual que los olivos asilvestrados o acebuches El primer alimento que recibían los niños, después de la leche, era miel. Yo he podido ver en las ruinas de Pompeya vasijas donde se encontraron indicios de haber contenido miel. Los filósofos pitagóricos consumían miel como alimento preferente a otro cualquiera. Decían que la miel da sabiduría. Los libros de medicina antiguos aconsejaban la miel para coagular la sangre y curar infecciones; para aliviar y curar los catarros e inflamaciones de garganta, e incluso en tiempos de nuestras abuelas la miel curaba los sabañones. En resumen, un «curalotodo». Y si a diario la consumimos con moderación, es una fuente de vitaminas y minerales.

* Periodista