Cámbiese el poema de Rubén Darío. Donde dice juventud, dígase democracia. Y listo. En medio de un bochorno mundial y local, desde la sentencia clarificadora de Luxemburgo a la colisión con los principios en Ponferrada, la parálisis mariana, la alternativa catatónica, los sobres y las sobras, los yernos y las amigas entrañables, este modo de gobierno sufre. Un grupo cada vez más numeroso de ciudadanos exige el buen rumbo de sus vidas en ese mismo sistema. No pierden la esperanza, estamos perdiendo la paciencia. Cuando acogimos la democracia no pensábamos que, al paso del tiempo, la íbamos a poner tan en riesgo. No comparto que todo el sistema sea un fraude, que no sirva, pero sí comparto con los molestos, los enfadados, los abochornados, los bastante hartos y un ejército de perplejos, la preocupación derivada del funcionamiento acrítico y ferozmente conservador de los grandes actores colectivos de la democracia, los partidos, que lo son porque mantienen los modos, las personas y las formas tradicionales las izquierdas, las derechas, los centros y los periféricos. La clase política dirigente ha convertido a los partidos en contrapoder, cuando deberían ser catalizadores del poder ciudadano, en función lógica de las preferencias ideológicas entre unos y otros, que las hay, las ha habido y las habrá. Es urgente rescatar la política. Para reconocernos y reconocerla. No es posible soportar con indolencia que centenares de miles de personas en todo el mundo, valedores del sistema democrático, porque el poder socializado es su garantía de defensa frente al poder individual de quien lo tiene por dinero, rango o posición, se manifiesten diciendo que sus representantes no les representan y además no vean opciones. Esto ha crecido hasta un punto de descreimiento que es manifiesto el profundo divorcio de la sociedad con su sistema de gobierno y eso abona a los fascistas y a los populistas, que prometen todo si nada funciona. Así gana la apatía y la abstención y el qué más da. ¡Y tanto que da! Es gobernarnos o dejar el paso franco a cualquier salvapatrias de pacotilla, que no son patrimonio de nadie pero denominador común de una mayoría tradicional, que en la derecha y en la izquierda los mequetrefes rufianes sin sustancia abundan y nublan el espacio de la sufrida militancia, prácticamente condenada a ser hinchada complaciente, y asustan a su electorado comprometido con el ingenio, que huye despavorido, desconcertado por tanto despropósito. Abramos la puerta al riesgo y a la idea. Primero, democracia interna: procesos libres y abiertos de primarias para todo, con la mayor participación comprometida posible. Y después, oferta del resultado en las listas, abiertas, desbloqueadas, simples, a los que no tienen necesidad alguna de apoyarnos, pero voluntad cierta de elegir. Con carácter previo: aplicar otra política económica, porque ésta no va; reparar las injusticias de la crisis, que la gente lo pasa mal; y elevar la democracia en sus prácticas y actores. Porque no era esto. Y está en nuestras manos que no lo sea.

* Asesor jurídico