Día de San Valentín, Día de los Enamorados, Día del Amor y la Amistad- Es, posiblemente, el día del calendario con más denominaciones. El 14 de febrero es conocido en el mundo entero con alguno de estos nombres. Y, si bien, se ha mantenido durante mucho tiempo la creencia de que esta celebración nació de unos grandes almacenes para aumentar sus ventas, sus orígenes son muy diferentes, remontándose a la Antigua Roma, con la adoración al dios del amor, el griego Eros o el romano Cupido, al que se le realizaban ofrendas para conseguir así el enamorado ideal.

Pero sea cual sea su origen, el amor es el sentimiento de los sentimientos. La palabra amor, tan usada y vilipendiada, exagerada, malgastada o devaluada, encierra en su interior la expresión de un sentimiento relacionado con el afecto y el apego. Y cada uno de nosotros tenemos un concepto diferente del amor y una manera diferente de querer. La manera de querer de cada uno es siempre única y peculiar, para bien o para mal y la expresamos de manera diferente, y sin que sea necesario establecer categorías o tipos de amor. El amor es siempre amor. Solo se diferencia en el vínculo que nos une a esa persona: se quiere a los padres, a los hijos, a los amigos- Y por supuesto, se quiere a esa persona con la que establecemos ese "vínculo" especial, que ocupa una parte de nuestro tiempo, de nuestra vida y de nuestra atención. Es ese sentimiento que nos hace disfrutar juntos de las cosas, y no, como a veces parece entenderse, en cuanto estamos dispuestos a sufrir por el otro. Cuando el amor se convierte en una prisión, está condenado al fracaso. Pero cuidado, estar enamorado no es amar. Amar es un sentimiento. Estar enamorado es una pasión, y como en todas las pasiones, se desencadenan emociones desenfrenadas, fuertes, absorbentes, intensas y fugaces.

Y como sentimiento que es, no somos responsables de sentirlo. Los sentimientos se sienten, no podemos controlar cuándo, ni cómo, ni dónde, ni podemos influir en su nacimiento. Lo único que podemos hacer es gestionarlos. Podemos alentarlos, dejarlos crecer e incorporarlos a nuestra vida. O podemos directamente, tirarlos a la basura. Y ese carácter individual y personal de los sentimientos es el que debe impregnar también al amor. No podremos amar si antes no nos queremos a nosotros mismos. Y quizás esa sea la asignatura pendiente de muchos fracasos. A ello hay que sumarle el que hemos generado un mundo donde la soledad y el aislamiento se han convertido en la gran enfermedad del siglo XXI. Como dijo Allan Fromme, "nuestras ciudades con sus altísimos edificios y su enorme superpoblación son el mayor caldo de cultivo para el aislamiento. No hay lugar más solitario que la ciudad de Nueva York un día de la semana a la hora pico, rodeado de 20 millones de seres que también están solos".

Posiblemente, el amor y la idea de Dios son los temas sobre los que más se ha filosofado a lo largo de la historia, sobre el amor y sobre la necesidad del ser humano de amar, desde Platón y Rochefoucald a Hegel, Montaigne o Todorov y en todos encontramos al amor como el sentimiento más transformador de todos los sentimientos. Cuando encontramos a alguien que, con el corazón en las manos, nos alienta a ser quienes somos, crecemos y nos transformamos. Es un sentimiento vivo, al que hay que cuidar y fomentar, porque si no, muere. Y también debemos aprender a gestionar los fracasos, ya que, se puede amar más de una vez en la vida y no necesariamente para siempre. Pero ese amor, solo será posible en libertad y, por supuesto, entre iguales. Y no olvidar que, lo importante, es sentirse querido. No demostrarlo ni decirlo. Simplemente, sentirlo.

* Empresaria