Para no haber demasiado apego por este país por parte del común de los ciudadanos, sí que suele demostrarse excesivo interés por cuál debe ser la forma de su gobierno. Es sabido que los españoles son los nacionales que peor quieren a su propia nación, pero también que son capaces de matarse por un sistema u otro, monarquía o república. De locos. Corre de siempre el dicho que si alguien habla mal de Francia es inglés, si habla mal de Alemania es francés, y si habla mal de España es español. Está claro. Pero bueno, ya está calado el melón del estado y la mano y el cuchillo los ha aportado la propia monarquía. Por otro lado, aunque no viéramos que el asunto fuese algo demasiado perentorio hasta hace unas semanas, ahora sí lo es. No hay ni debe de haber más paños calientes, la situación escandalosa que vivimos no da para más: los representantes del pueblo tendrían que exigir al rey su renuncia y que don Felipe le sucediera cuanto antes mejor. Y éste, si fuera inteligente, sabría, como dijo Tagore, que el líder verdadero siempre es guiado, y convendría con Napoleón III que "si marchas a la cabeza de las ideas de tu siglo éstas se seguirán y sostendrán, pero si vas detrás de ellas, te arrastrarán consigo, y si marchas contra ellas te derrocarán". Tiempo es quizás de imitar a Napoleón III por duro que sea pensarlo, ojalá don Felipe, pasado un tiempo, promoviera una reforma constitucional para renunciar también a sus derechos y... presentarse como presidente de la república. Napoleón III lo hizo y ganó, y Simeón de Bulgaria también.