Simbólicos altarcitos improvisados, con velas y flores, minutos de silencio y el lazo negro en google, son las modernas alternativas a la impotencia y el rechazo a la tragedia que todos llevamos dentro, como aquel ancestral pecado original que trasmitían nuestros primeros padres, porque el hombre no fue para el paraíso ni para el vuelo. Desde el mitológico fracaso de Icaro, el afán de vuelo ha resultado trágico para el hombre. No, no son tantos los accidentes aéreos, me refiero a la vulnerabilidad del ser humano ante los riesgos que asume en su afán de conquista y su desafío constante a la naturaleza.

La labor pastoral se extendía a ayuda psicológica para intentar paliar el sufrimiento de aquellos que perdían a sus seres queridos. La impotencia frente a los imponderables, y al mayor de ellos, la muerte, supone un desafío para el hombre, desde la momificación al culto religioso a los difuntos, querer mantener la unión con el pasado, el presente y el futuro supone un reto más inalcanzable que el propio vuelo.

En el año 334 a.C. Aristóteles postuló que la tragedia (mediante una serie de circunstancias que suscitan piedad o terror) es capaz de lograr que el alma se eleve y se purifique de sus pasiones. Este proceso, que se denomina "catarsis", es la purificación interior que logra el espectador a la vista de las miserias humanas. El fondo común de lo trágico será la lucha contra un destino inexorable, que determina la vida de los mortales; y el conflicto que se abre entre el hombre, el poder, las pasiones y los dioses. La muerte se denomina también "fatal desenlace" y la gente de teatro sostiene que es más fácil hacer llorar que reír, puesto que la representación dramática aflora espontáneamente nuestro terror ancestral. Todos llevamos en nuestro interior "cajas negras" que recogen todo lo que puede aclarar las causas de nuestras tragedias, al fin y al cabo tan similares, no creo que fallos técnicos o culpabilidades derivadas de ellos sirvan de consuelo a familiares y allegados.

Mandatarios, autoridades y reyes saben bien que su poder no les exime de su responsabilidad... Es deber, y tendrán su hora inexorable como humanos, como en estos momentos representan.

Quiero apuntar a esta reflexión, junto a mi insignificante pésame a todos los afectados de la catástrofe del vuelo Barcelona-Düsseldorf, mi condolencia, igualmente, a la familia del actor Pedro Reyes, fallecido esta noche; con la reseña de que era una persona que tenía el don de hacer reír. En este país en el que tragedia y comedia, van tan vinculadas a nuestro día a día.

José Bernal Roldán

Profesor jubilado

Córdoba