Las casas, como las personas tienen su alma. Por supuesto, las que han estado habitadas. Imagino que como a la mayoría, a usted le habrá pasado: entrar en una casa y comenzar a percibir esa energía que queda impregnada en todo aquello que ha estado en contacto con sus moradores. Las casas se convierten en reliquias de las personas que las han morado sobre todo cuando allí ha quedado en la memoria de las cosas una vida, una historia de alguien que ya no está. Pero para que esto funcione, es decir, para poder ejercitarse en el arte de percibir el alma de una casa es necesario que antes abramos una puerta en nuestra conciencia. Y esa puerta no es otra cosa que el conocimiento de la identidad de aquellos que como nosotros fundieron sus sentimientos entre paredes y objetos. Recientemente tuve la gran suerte de volver a enredarme en este maravilloso ejercicio que en este caso concreto y en todos aquellos a los que se asemeje bien podría denominárseles turismo metafísico. Pues se trata de una noble casa del siglo XIX, en sus tiempos gloriosos chalet de recreo, cercana al pueblo portugués de Abrantes. Quinta Coalhos , como así se llama, se dedica a la hospedería y viene siendo regentada de generación en generación por la familia Alberty. Y José, un señor que frisa los setenta, es su último bastión. No es necesario que él se moleste en guiarte por ese recorrido metafísico de la casa palacete pues está llena de recuerdos, fotos de sepia a color pasando por el blanco y negro, y un mobiliario que viene acompañando secularmente la vida y obra de sus moradores. Todo acaba impregnándote el alma de una realidad donde el pasado y el presente más que se tocarse se besan. Cuando las Administraciones Públicas se hacen cargo de algunos de estos inmuebles les debería de estar prohibido llenarlos de oficinas públicas. No hay nada como esto para dejarlos sin alma.

* Mediador civil y mercantil