A menudo me descubro a mí misma con la boca llena de tópicos cuando veo que mi hijo adolescente no aprovecha todos los recursos que tiene a su alcance para cultivar la inteligencia y formarse ahora que no tiene que hacer nada más en la vida. Le suelto frases que resuenan del pasado pero dichas por mis padres: no valoras lo que tienes. Pero aunque la afirmación parezca el colmo del cliché, es del todo cierta. La mayoría de niños y jóvenes que viven en las sociedades desarrolladas, opulentas y acomodadas no entienden el valor que tiene el hecho de que puedan ir a la escuela en las buenas condiciones en que lo hacen. A todos ellos les aconsejaría que fueran a ver la película-documental Camino a la escuela , de Pascal Plisson. En ella se hace el seguimiento de cuatro niños a lo largo de su recorrido para ir a la escuela. Sencillamente. Pero esto tan simple no lo es en según qué latitudes. Unos hermanos kenianos que tienen que caminar horas escapando de los elefantes, una niña marroquí que tiene un trayecto de cuatro horas hasta el pueblo donde tendrá que vivir en una pensión para poder asistir a clase, unos menores argentinos que deberán ir a caballo por extensos parajes deshabitados o el caso de unos niños indios que llevan en carro bastante rato al hermano que va en silla de ruedas. El filme lo deberían ver los alumnos, pero también los padres que a menudo tampoco recordamos el gran hito que supone tener escuelas a nuestro alcance para elegir y un sistema educativo del que demasiado a menudo solo valoramos los defectos y no las virtudes. Pronto volverán a ser días de preinscripción escolar y volveremos a sufrir el desasosiego anual de padres que sufren por si la escuela donde acaban yendo los hijos no es la elegida en primera opción. Sin ánimo de menospreciar el problema, conviene un cambio de perspectiva, y esta película lo aporta.

* Periodista