Tras contar a los alumnos la historia de David y Goliat, una niña me preguntaba: ¿y por qué era gigante? ¿y por qué era malo? ¿y por qué lo mataron? ¿y por qué sus amigos no lo defendieron? Hoy, cuando el escándalo Rato copa medios, corros y corrillos, las preguntas de aquella niña me crecen y se me multiplican. No creo que alguien pueda interpretar este artículo ni de político, ni mucho menos como justificación de un delito, pero dadas por descontadas estas obviedades, quiero hacer en voz alta una reflexión acerca de tan lógicas interrogantes: ¿quién le dio a este señor tanto poder y no lo vigiló? ¿Y por qué hoy lo abandonan sus amigos e incluso hacen leña, astillas de este Goliat caído? Preguntas muchas que, por supuesto, casi todos podemos contestarnos e incluso condenar al fuego eterno, pero hay algo que sí me toca las fibras más sensibles: soy hombre, mujer y nada humano me es ajeno ni por bueno ni por malo. Hay una frase de un escritor mexicano que dice: Cada ser humano es un ritmo propio en el universo, frase que viene a decir otra que me resulta increíblemente bella: Cada uno de los átomos de carbono que componen el cuerpo de las personas y el nuestro se formó en el corazón de una estrella. No puedo afirmar ni negar lo que puede haber de cierto o de poético en esto, pero realmente me siento hermanada con cada pequeña estrella que luce en el universo. Y es por ello que no me alegro, ni brindo con champán con las desgracias de alguien y las súper repetidas imágenes de este señor, llamando en el portero de su casa, rodeado, acosado, insultado, humillado... me emocionan y sé qué difícil puede ser entenderme. Todo delincuente merece un juicio y una condena ejemplarizante, pero todo delincuente sigue siendo un ser humano que podemos apagar definitivamente en ese universo de todos, con nuestros impulsos ciegos de odio y deseo de venganza.

* Maestra y escritora