Nos dan a entender y puede que para muchos se haya demostrado, que la cabeza es la parte más importante de nuestro cuerpo por los órganos que alberga y por donde nos empezamos a volver mochales. ¡Me estoy volviendo loco! Y no te llevas las manos a la barriga o al pecho, sino a la cabeza. Un simple atranque del más fino capilar y te desconectas de este mundo, de aquellos que te quieren y de los que no; una gotita de sangre que se espesa y «¿Qué le pasa a éste?». Porque, de repente, miras como un extraño y hasta dejas de reconocer a los tuyos.

Hay cabezas y cabezas. Tiene una buena cabeza. Cuando va en serio, hablas del hombre ---¡o la mujer, claro!-- capaz, brillante, y hasta del hombre bueno, que también así la requiere por su bien. Cuando te ríes sin venir a cuento es porque hablas de que tiene una buena castaña o una cabeza significativa, por el tamaño y no por lo excepcional que le pueda salir de dentro.

Y cada cabeza tiene o debe tener su cerebro, donde, según dicen, se crean los pensamientos, se conservan los recuerdos, las buenas y las malas ideas… Parece ser que no se perciben diferencias entre la gente buena y la mala gente, los despiertos y hasta lumbreras; los torpes, analfabetos y los tarugos. Así que no podríamos decidirnos por uno u otro cuando --no ya para nosotros mismos, que somos como somos, sin solución-- lleguemos al puesto de cerebros con la idea de comprar los que necesitemos para uno o varios de nuestros descendientes o amigos íntimos, que han de quedar.

El cerebro tiene el aspecto de media nuez gordita y fofa, que en nuestras manos puede asomarse por sus bordes o corretear entre los dedos con una temperatura que, por lo visto y comprobado, depende del tiempo que tardemos en pasárselo al neurocirujano o al cliente que tiene prisa y lo ha pagado. Será bueno si se utiliza convenientemente: ser feliz, hacer felices a cuantos tengan que ver contigo, procurar que a tu paso siga la tierra fértil donde pueda crecer la hierba.

De lo que no he oído hablar a los expertos en cerebros es de si existen diferencias entre los que corresponden a las personas buenas y los que pertenecen a los malvados. Son texturas, tamaños, tonalidades cromáticas… Porque un cerebro, visto bajo una buena lupa o un microscopio revela esa orografía de nuez, con elevaciones notables y profundas gargantas sin fondo que, como te distraigas, te impresionan. Simas tenebrosas sin fin, oscuridades más allá de lo razonable.

Los sabios tratan de estudiar los cerebros de algunos malditos: personajes como Hitler, Stalin..; maltratadores que hasta matan a sus mujeres y asesinan a sus propios hijos; malvados, en suma, cuyas conductas no pueden explicarse de una manera racional. Terroristas que se inmolan en el nombre de cualquier dios y se llevan a inocentes por delante. Gentes, como ese insensato presidente que, tan poderoso, es incapaz de unirse a la voz universal para salvar este habitáculo, único y de todos, que se nos va muriendo.

Y lo andan buscando entre los muertos, con la sospecha de que puede tener matices diferenciales que llegaran a modificarse, antes de que se produzca la barbaridad o el caos. Después de numerosas trepanaciones en viejos y no tan viejos cadáveres, siguen sin sacar la conclusión definitiva sobre el color de las mayores atrocidades bajo los huesos craneales. Los cerebros de los peores no aparecen, no están en su sitio; son cráneos vacíos y sin vestigios de cualquier materia: esas sustancias de la creación, el amor y el pensamiento no están en su lugar o no han estado nunca. Si acaso y al tacto, como residuos deleznables de algo podrido.

* Profesor