Los que sufrieron de verdad a Lenin o a sus secuelas lo derriban de su pedestal en Ucrania mientras pegan fuego a las calles de Kiev clamando por Europa. Es como cuando detrás del telón les llegaban los anuncios de coches, detergentes y cigarrillos americanos y se creían que era eso la libertad. Pero ahora llega Anguita y nos dice en todas las televisiones, en las basurientas y en las otras, si es que ya no lo son todas, con su voz apagada y débil de corazón partío, que tampoco Europa es ni era esto de ahora. A Anguita, como a Suárez, lo queríamos todos pero no le votábamos mucho: la hojarasca de sus planteamientos más sinceros e irrenunciables nos impedían ver el bosque de sus proclamas más sensatas. Anguita sigue señalando a la luna de cómo ha de ser el euro y Europa, la tercera república, la economía post capitalista que anuncia su último estertor suicida y desquiciado en forma del nuevo bitcoin que hará saltar todo en pedazos, pero los suyos y los ajenos se quedan mirando al dedo de la tricolor, del puterío borbónico y del Estado del bienestar gratuito a cargo del erario público, ese que no es de nadie. La punta de su barba califal señala los cuernos de la luna mientras aquí rezamos la oración del satélite --salat-ul-laila -- en vez de darnos cuenta de que la luna se acerca como en las películas malas de ciencia-ficción y nos vamos a pegar una leche. Anguita, menos Dios que antes por mor de más abuelo cebolleta que sabe más por malo/bueno que por comunista, recorre los platós hablando de su libro, como Umbral. Y el libro de Anguita no será el Capital de Marx, pero emana la sensatez del Quijote .

* Profesor