Llega la época veraniega, un largo período de descanso, sobre todo, para los más jóvenes, los que abren un paréntesis vacacional en sus estudios. Y en verano, muchos adolescentes descubren el amor, acaso porque las oportunidades son más propicias: los adolescentes salen más, se hallan en más situaciones festivas y relajadas que durante el curso escolar, conocen a otros chicos y chicas, y las relaciones reales superan a las virtuales. Un verano, con piscina, playa, excursiones, salidas, campamentos, deporte, fiestas, visitas, es propicio para tocar la realidad, y nada hay tan real como ese primer enamoramiento o ese amor estival. Y son los padres los que han de estar atentos e incluso preparar a los hijos para esos «amores de verano», que suelen acabar rompiendo el corazón. ¿Cómo? En primer lugar, hablando mucho con ellos sobre lo que sienten, verbalizarlo y analizarlo; enseñarles a discernir entre sentimientos positivos y negativos, entre los que les ayudan y los que les limitan. En segundo lugar, no tomarnos a broma sus sentimientos, pero tampoco hacer un drama. No quitarle importancia, porque para él o ella la tiene, y mucha, pero tampoco magnificar la situación. Hablar del tema cuando lo necesiten los hijos, pero no volver una y otra vez sobre lo mismo. Dejarles llorar, si tienen que llorar, y que expresen lo que sienten. En tercer lugar, ponernos en su lugar. Les puede resultar muy reconfortante que les contemos que a nosotros nos pasó lo mismo y que les expliquemos nuestra experiencia. Nosotros tambien tuvimos su edad. Por último, ante el desamor, darles mucho cariño y comprensión, y transmitirles optimismo: la persona que le quiera de verdad, llegará; reforzar su autoestima y animarles a superar los pensamientos victimistas. No todos los «amores de verano» son efímeros; hay excepciones: amores que hacen que sea verano todo el año.

* Sacerdote y periodista