El jueves este periódico celebra su septuagésimo cumpleaños. Setenta añitos de los cuales casi un tercio me ha tenido entre sus páginas. Nunca sabes qué te reserva el futuro, y a mí el destino me trajo a CORDOBA sin desearlo. Me arrastraron a ser corresponsal de mi pueblo cuando yo acababa de volver de por ahí y andaba muy desconectado; no sabía de qué iba eso. Tampoco me apetecía contar romerías, fiestas de colegios y cosas así, pero la realidad pronto me agarró de las solapas y me puso frente a revueltas sociales, reivindicaciones mineras, acres enfrentamientos políticos. Yo ya sentía la vocación de escribir, eso me convenció, y si en algo hoy soy escritor se lo debo a aquellos años. No existía internet ni fotografía digital, sólo el fax, pero las noticias solían ocurrir muy tarde en el día porque las interminables reuniones en los procesos reivindicativos que desembocaban en huelgas, cierres patronales o manifestaciones, se alargaban hasta las once o las doce de la noche; entonces ya no encontrabas un fax y las crónicas había que dictarlas por teléfono (como los periodistas Alcide Jolivet y Harry Blount, en la novela Miguel Strogoff , usaban el telégrafo). Cuando había fotos, se enviaba el carrete por transporte y salían publicadas dos días después. Ser corresponsal era muy duro, pocos saben lo que arriesgas, lo que llegas a saber, lo difícil que es no tomar partido ante las injusticias, las mentiras, los intentos de manipular la inocencia de los pueblos. Todo ese desgarro, muchas veces solitario, lo di por bueno porque me hizo perder la inocencia social, política y ciudadana. Y maduras.

*Profesor