Un sentimiento natural hace que cada 28 de febrero --los 4 de diciembre son otra cosa-- haga cantar en el equipo de música a Carlos Cano el otro himno de Andalucía, el de la verdiblanca, que arranca en Ronda, se pasea por los cielos y los campos y termina en su leitmotiv , "mi esperanza es su bandera verde, blanca y verde". Aunque esté en tierra extraña, como un febrero en San Petersburgo --que nevó, igual que ayer--, hace ya tanto tiempo que la ciudad rusa se llamaba todavía Leningrado. Ayer, por la comodidad del corta y pega al que nos ha acostumbrado internet, no busqué ni el disco, ni la cassette, ni siquiera el dvd, escribí en google "Carlos Cano verde y blanca" y apareció el cantante granadino en un campo de girasoles archivado en YouTube. Inevitablemente, y aunque fuera una concesión a la nostalgia, la maquinaria interior se puso a trabajar y rebobinó hasta llegar al 28 de febrero de 1980, 33 años menos pero más inocentes que los de hoy. Y, sobre todo, más ilusionados con el panorama de una Andalucía que empezaba a despertar en blanquiverde. En Villaralto lanzábamos un número especial, a fotocopia, de la revista El Jardal , que vendimos el mismo día del referéndum, pidiendo el sí para el artículo 151. Era, el de aquel tiempo, un sentimiento de ilusión colectiva que nacía de la sensación --quizá sentida por primera vez en toda nuestra vida-- de pertenecer a un pueblo, al que hicimos visible en una bandera, la verde, blanca y verde (muchos años después La Roja envolvería a los españoles en los colores de otra enseña, la roja y gualda, que hasta hace poco se la habían apropiado los intolerantes e intransigentes salvapatrias), y que para Carlos Cano, que ayer escuché en Internet, significaba su esperanza. ¿Son nacionalismo estos sentimientos?