«Pese a que generalmente es bastante agradable, el señor Murdoch no es leal a nadie o a nada excepto a su propia empresa. Le cuesta conservar una amistad; raramente mantiene su palabra por mucho tiempo; explota el malestar de los demás, y ha traicionado a todo líder político que le ha ayudado en cualquier país, excepto Ronald Reagan y quizá Tony Blair». Que esto lo escriba en el Financial Times un excompetidor de Rupert Murdoch no le resta verosimilitud. Al contrario. Su autor, el canadiense Conrad Black, antiguo propietario del Daily Telegraph, conoce muy bien los callejones más oscuros del mundo de la comunicación británico. Tanto, que ha pasado por la cárcel por fraude y obstrucción a la justicia. Entre uno y otro hay un hilo conductor que explica en parte la caída al abismo de un sector de la prensa británica, y es la llegada a Fleet Street, entre los años 60 y 70, de una nueva generación de magnates populistas procedentes de excolonias que compartían un profundo desprecio por el establishment, carecían de complejos e iban muy escasos de principios. El de mayor éxito ha sido el australiano Murdoch. La semilla del imperio fue un diario en Adelaida del que tuvo que hacerse cargo con 22 años, a la muerte de su padre. Pronto extendió sus tentáculos a otros medios australianos y en 1968 dio el salto a Inglaterra haciéndose con la mayoría del ahora cerrado dominical News of the World, origen del actual escándalo. En el momento de su compra prometió a la familia Carr, que tenía el 30%, que respetaría su participación. La promesa duró apenas unas semanas. Al año siguiente ya era propietario de The Sun, un diario popular que se definía como vivaz y alegre, pero nunca sórdido («bright and breezy, but never sleazy»). Con Murdoch, pronto se definió por el último calificativo. Ambos diarios, con tiradas millonarias, fueron la gran plataforma con la que se lanzó a la conquista del mundo. En el Reino Unido se hizo con los serios The Times y Sunday Times. En EEUU compró la 20th Century Fox, lanzó la cadena Fox de televisión y consiguió la biblia de las finanzas, el Wall Street Journal. La larga mano del grupo News International se extiende por Asia. Pero del Reino Unido, donde había hecho ganar y perder elecciones, ha salido la onda expansiva que hace tambalear su imperio. Murdoch se considera el hombre que ha agitado las aguas del clasismo del establishment, el magnate que sumando política, comunicación y negocios ha dado a la gente lo que las élites guardaban para sí. También Tony Blair quería luchar contra el establishment y por ello se llevaron tan bien. En el ultraliberalismo de Murdoch todo vale, como se ha visto. Considera pinchar teléfonos de víctimas o suplantar personalidades como una victoria de la democracia. El magnate se presentaba como el defensor del pueblo, pero ahora el pueblo y los políticos a los que dominaba le han dicho basta.